Una buena mesa y cuatro sillas favorecen la tertulia. Los taburetes no la impiden, pero ayudan a agarrar una buena tortícolis; pues, o se mira a la derecha o se mira a la izquierda. Los bajitos de estatura siempre se han sentido atraídos por ellos para ganar altura y hablar de igual a igual.
Allá por los sesenta y setenta, en el Bar Bernardo en San Pedro, el que regentaban don Bernardo García y su esposa doña Isabel Parra, pese a su bajo techo y reducido espacio y en una de las escasas mesas que poseía estudió, con gran provecho la carrera de leyes su hijo, mi buen amigo Juan Santiago, entre el crujir de los caballitos en el aceite hirviendo (delicia en competencia con las de Pepe el del Romea, paradójicamente sito en la plaza de Santa Isabel) y chasquidos de platillos bien provistos de la más exquisita ensaladilla rusa que el universo haya saboreado.
Allí paraban cada jueves por la tarde los zagales de los maristas para salir de la rutina del chusco de Guillén con plátano y chocolatina. Al igual que Pachines, el de Pepico el del tío Ginés, don Bernardo gustaba de portar el trapo al hombro y vocear la comanda a la señora Isabel con tono imperativo: ¡Una de caballos!; incluso cuando el bar fue a mayores al instalarse en flamante local, presidido por un enorme cuadro de Muñoz Barberán, en el callejón de Desamparados.
Dunia estaba a la última y gozaba de la aureola de la modernidad y de la clientela más “in” de la sociedad de aquí: mesas y taburetes muy snack, con skay rojo en las tapicerías, cuando aún no existía el skay y lo rojo era tabú. La Cámara de Comercio se encontraba entonces en un piso del caserón que albergaba la afamada cafetería de la calle Calderón de la Barca. Allí trabajaba mi padre de sol a sol. El portal y la escalera olían a cerveza y tinta fresca proveniente de la cercana imprenta Guirao, aunque si uno metía las narices en la moderna cafetería, con el permiso de don Alfredo y su bigote, alma del local, el sentido del olfato apreciaba la frescura de los aromas de Flöid y las fragancias de Myrurgia que gastaban los bizarros cadetes en las tardes de domingo y las señoritas de familia bien en busca de novio.
La bohemia y los universitarios de la época eran más de banqueta que de silla; de café-bar y taberna que de café a secas. La bohemia y la progresía se citaba en La Viña de don Paco y en La Cosechera (Se dijo que El Lute mitigó la sed en su barra en una de sus huidas del penal) teniendo ambos locales como gala lo narrado por un pariente del Obispo Frutos: Arribó al cartagenero puerto un cargamento de tubércula mercancía… para significar de la afición de la parroquia por las patatas cocidas, bien acompañadas del ajo, el chato de vino y la caña de cerveza. Entre austeras toquillas de las más progres y barbudos melenas abrigados por las “Marlboro” tan de moda, se desenvolvían con el blanco mandil don Paco y su segundo de a bordo, Pepe. Más tarde o más temprano, llegaría Párraga portando enorme cartapacio con los últimos dibujos creados de forma casi mística a la vera de la Virgen de los Peligros. También estaría Pepe González Marcos acariciando un bello desnudo de mujer que genialmente talló en la piedra. Se hablaba de todo: política, poesía, cine, ligues, teatro, catedráticos… Hoy no se entera uno de nada; las gentes hablan y pasan de un tema a otro sin darle tiempo a uno para saber a cuál carta quedarse.
La edad del pavo prefería, eso, pelar la pava en los divanes del Círculo Azul, en Andrés Baquero, antes de Zambrana; relevo del Mercantil, pidiendo ansiosos tapas de la casa a un impasible Pepe. Si el asunto amoroso iba a mayores, el zureo tomaría vida en los Alféreces Provisionales en González Adalid (antes de Algezares). Mientras en el Drexco de don Paco los pasivos se entretienen viendo pasar a la gente, atendidos con agilidad pasmosa, por Córdoba, Barba, López y Tomás el de Los Pequeños.
El tiempo parecía haberse detenido en las vitrinas de Los Zagales, donde futbolistas y toreros, miran sin mirar al fotógrafo Tomás Lorente, que con los ojos como platos, recién salido del vecino cuarto oscuro, solicita presto a Ramón o Asensio una caña y una gabardina.
Pie de foto: Ramón y Asensio del bar ‘Los Zagales’, en los años sesenta. Foto: Tomás.
Miguel López-Guzmán
Periodista, escritor y pintor.