A Fito Cabrales le escuché decir una vez que los bares se debían abrir para cerrar las heridas. Eso fue mucho antes de que nos asolara el coronavirus. Sería harto difícil entender nuestras vidas sin ellos. Los bares, que fueron ya parte tan consustancial en la infancia.
En mi pueblo, Alguazas, recuerdo como en una película en blanco y negro, proyectada en la pantalla del cine Avenida, los más antiguos, muchos ya desaparecidos, aquellos que frecuentaban mi abuelo y mi padre.
El bar de José López, en la calle Mayor, donde tomé mi primer ‘bolito’ de cerveza, encaramado a una silla para poder llegar al mostrador. Por aquel entonces nadie veía con malos ojos que un niño tomase alcohol en compañía de su progenitor.
Eran otros tiempos, otras gentes, sin lugar a dudas. Y si la vida son los olores del pasado, nunca podré olvidar el aroma que desprendían las gambas a la plancha que preparaba en el patio con esmero su mujer, Francisca.
El de Ricardo Baños era otro bar con solera, muy cerca del antes mencionado, en la plaza de la Iglesia, un establecimiento a la vieja usanza donde se jugaba a las cartas y al dominó en medio de una impresionante humareda, mientras los carajillos se multiplicaban como setas por mesas de mármol repletas de clientela.
Un poco más allá, antigua taberna, el del Mangón, que aún pervive, el ‘sancta sanctorum’ de la sangre frita, un local en el que se contenía el espíritu del recuelo del vino más peleón.
En el jardín de la plaza del Doctor Sánchez Cañas, junto al Casino, estaba el bar Mari, que sigue también activo en otra ubicación, cuya fundadora, María Pinar, se nos marchó al otro mundo sin desvelar el secreto del aliño de sus inigualables boquerones en vinagre. Y al final de la calle Mayor estaba el de Pedro Vicente -Perico le llamaban sus clientes-, donde el marisco era excelente y de primera categoría.
Así podría seguir hasta completar la larga lista de bares que frecuenté en mi niñez y adolescencia. Esos lugares entrañables, en los que, a diferencia de lo que nos dejó dicho el gran Vinícius de Moraes, nunca encontré hombres vacíos.
Por Manuel Segura Verdú
Padre, periodista de RTVE en Murcia y del Athletic.