La estrella, sin ningún género de dudas en cualquier fiesta o sarao, particular o público que se precie, es y será como no podía ser de otra forma, el pastelico de carne. Puede que sea por las crisis económicas que nos hacen padecer, la que algunos siempre niegan hasta que los bolsillos quedan en mero agujero; puede que sea porque todo lo gratis gusta, o puede, simplemente, que sea por la hambruna a la que nos han llevado los trances de la vida.
De todas formas el pastelico de carne siempre ha formado parte de nuestra historia de antaño, reciente y más reciente. Lo fue cuando las manifestaciones de adhesión incondicional en los tiempos del sindicato vertical, cuando se decía que a los asistentes a esos tipos de actos les pagaban con cinco duros y un pastel. Igual retribución percibían los modestos hachoneros del Entierro de la Sardina (Cuando era menos reiterativo, más talentoso y más juvenil que en la actualidad) por parte de las arcas del ayuntamiento capitalino. El pastelico de carne siempre ha sido exquisita moneda de pago a los modestos de esta tierra.
«El pastelico de carne siempre ha formado parte de nuestra historia de antaño, reciente y más reciente».
Durante la transición a la democracia las masas mitineras devoraban pasteles de carne que abonaban los partidos de izquierda para llenar recintos; en el fútbol y en los toros; en el cine y los que se las daban de cultos, incluso algunos los portaban a los espectáculos de revista en el Teatro Romea, limpiando sus dedos pringosos en el terciopelo de las butacas. En el Teatro Circo Villar, los siempre rebeldes del gallinero además de fastidiar las cargas del Séptimo de Caballería abriendo los postigos, dejando en blanco la pantalla, sentían predilección por arrojar las mondas de pastel a los formales del patio de butacas.
Pasteles y hojaldras conquistaron las madrileñas Ferias del Campo. Obsequio obligado en largos viajes de tren a médicos especializados y parientes foráneos junto con el sabor insigne de las pastillas de café con leche de casa Alonso. Pasteles que son delicia de la tierra que llenó y llena los estómagos de artistas sin posibles y que consigue colapsar las plazas de la ciudad con largas colas hambrientas de lo gratuito merced a la generosidad de los pasteleros en sabroso obsequio municipal.
Juan García Abellán narró la alianza entre el pastel y los jardines: «El pastel sigue tirando de la infancia, y la deja filiada a unas meriendas urgentes en jardines de la ciudad, cuando todavía la luz del poniente sol se enredaba en los eucaliptos, mientras las niñeras de aquel tiempo defendíanse honestamente de los bizarros ataques de los quintos del 33 de Artillería, y los papás tomaban «bocks» de cerveza en la barra del Café Oriental».
«El pastel es mucho más que el companaje, diría que es golosina sibarítica al alcance de cualquier economía».
El pastel es mucho más que el companaje, diría que es golosina sibarítica al alcance de cualquier economía. Alpiste de enamorados tras los arrechuchos en cines y jardines, tentempié imprescindible a la caída de la tarde en cualquier estación del año.
Como todo, el pastel de carne se ha visto trastornado por los tiempos, de aquel hojaldre caliente, crujiente y oloroso se ha pasado al estrés que conllevan los tiempos y la masa congelada sirve de urgente remedo para satisfacer a la parroquia y prescindir de manos en los obradores. Paladares heridos por la masa tiesa e insípida que pone en su lugar a buenos y malos pasteleros. Unos tiempos engolosinados por pizzas plastificadas y grasientas hamburguesas… ¡Ah! Qué días en los que en las tardes de lluvia invernales, engarzado a un dedo en primoroso paquete se hacía ostentación de aromas de pasteles del Horno de la Fuensanta, de Bonache, de Barba, de Ruiz Funes, de Guillén, de Zaher o de Espinosa. Qué domingos aquellos los del arroz y pollo y la hojaldra suavemente rellena de carne, chorizo, y huevos (de los de cuando Franco). Ahí tenemos a las masas urbanas hambrientas pugnando al sol primaveral en interminables colas por el pastelico; el eterno pastelico de carne esencia misma de lo murciano.
Miguel López-Guzmán
Periodista, escritor y pintor.