Conocí a Salva como empleado de la taberna de Pepico el del Tío Ginés, en la calle Ruipérez, más conocida como de Las Mulas, pues en carretas tiradas por estos animales llegaba el vino de Jumilla al establecimiento, para regocijo, deleite y delectación de su clientela. Y siempre acompañando a mi padre. Al anochecer -pues con el sol fuera no se deben realizar libaciones, y menos si éstas son copiosas- se reunían, en torno a la ventana ubicada en la fachada de la taberna, Don Juan Belchí, mi padre, Don Manuel Linares, entrañable persona y amigo, Don Manuel Meseguer, un republicano histórico y los señores Lucas y Sáez, cofundadores estos últimos de la Peña de la Amistad, con sede propia en un pequeño local frente al establecimiento. El mismo estaba a cargo de Juan, sobrino del dueño, y le asistían en la noble y cristiana obligación de dar de beber al sediento, otro Juan, llamado cariñosamente Pachines y un jovencísimo Salva, que luego se independizó y abrió en la misma calle otra muy afamada taberna.
Quizá por razones de economía, o por otras más castizas, o por ambas a la vez, las colaciones se reducían a tomar unos vasos de vino, sin más “tapas” que una buena conversación pues, según decían aquellos contertulios, las palabras eran sardinas. Tenían predilección por un vino encerrado en un determinado barril, un Jumilla enjuto, pero de la añada. Cuando el caldo era liberado de su prisión de roble americano , todos reparaban en la cantidad proyectos, pensamientos e ilusiones que alberga y encierra un barril de vino, todos los cuales se evaporan y toman cuerpo con apariencia real mientras dura la ingesta. ¡Y no les faltaba razón! En alguna que otra ocasión, me mandaban a hacer un “recao” y raudo me desplazaba a la vecina plaza de Las Flores, a una tienda de comestibles que hacía picoesquina con la calle Lencería, volviendo, al punto, con un cartucho de recortes o pequeños despieces de diversos embutidos, de los llamados finos, salchichón, lomo, imperial…, por el que había pagado, previa provisión de fondos, un duro, es decir, cinco pesetas.
En torno a esos vasos de vino y de las conversaciones que mantenían los contertulios, empecé a conocer y a querer a Murcia. Hablaban, con nostalgia, de la Murcia que fue o, mejor dicho -es un decir- de la Murcia que se fue. Y su conversaciones me embelesaban. Hablaban de la historia de Murcia, de la pequeña, de la cotidiana, de la del día a día. De sus costumbres, de sus personajes, de ellos mismos, en gran medida. Hablaban de su juventud, de la guerra, de la posguerra, de sus propias experiencias, de sus anhelos y sus fracasos.
A diferencia de ahora, entonces las gentes hablaban y se escuchaban y se respetaban y recíprocamente todos aprendíamos de todos. Y se entendían !!! -“Salva , otra ronda”- “Pongo un caballo?”. (1) -“Vale”.- “pues va como va y no va más”, decía el bueno de Salva, en el lenguaje de los croupier.
Ayer falleció Salva. Y con su muerte se evaporan, como los caldos liberados de aquel viejo barril, muchos de mis recuerdos encerrados también en una de las épocas más felices de mi vida.
Os imagino hoy en el cielo, a ti, a mi padre, a Manolo Linares, a Belchí, a los señores Lucas y Sáez, a Agustín y a tantísimos otros contertulios, pedirle a Dios con fe, ahora inquebrantable, que convierta definitivamente el agua en el mejor de los vinos .
Va como va y no va a más. (1) una frasca de vino de un litro.
Carlos Valcárcel Siso
es presidente de la Archicofradía de la Preciosísima Sangre de Cristo
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