Es tal la riqueza del vocabulario español que de cualquier nombre propio, como por ejemplo, Francisco, puede derivarse una buena cantidad de hipocorísticos. Vean si no: Paco, Pancho, Quico, Curro, Fran, Frasco o Frasquito, Chico, etc., O sea, que si a Francisco le reducimos la sonoridad y acortamos su letanía encima nos queda de dulce. Igualmente nos pasaría con el nombre de Dolores, si le pasamos la garlopa a esta definición tan, digamos, dolorosa, quedaría con musicalidad y hondura de copla. Lola. Del mismo proceder, de un nombre tan icónico como el de José, derivado hacia el femenino, florece el nombre de Josefa y con ello un montón de hipocorísticos que se irán perdiendo en la noche de la historia, ya que por desgracia para la raigambre de las costumbres, pocas mamás de estreno se atreven a lucir el nombre de Josefa en el dorsal sus hijita; es que ni tan siquiera al simpático derivado de, Fina. Igualmente sucede con el nombre de, Rosario, como si Rosario, con todas sus letras, no fuese una de las definiciones más bonitas del santoral, incluso aplicándole aplicando el dichoso hipocorístico la reducción y sintonía musical suena bella: Charo, Chari, Chayo, Charito… Y así podemos estar hasta mañana. Pero claro, esa, digamos, eventualidad, ya es casi historia, ahora algunos de esos nombre tan bonitos y de tanta leyenda han pasado al cajón de lo inservible. Incluso si en el seno familiar alguien se atreve a alzar una banderita, ni siquiera bandera tremolando al viento, aludiendo a viejas tradiciones, pueden surgir ciertos conatos de autoritarismo inverso a la hora de elegir el nombre que la inocente criatura tendrá que oír, o decir el resto de sus días.
Hay que reconocer, incluso dentro de lo arcaico más arraigado, que algunos nombres de nuestros ancestros, más que nombres, eran cruces que se llevaba toda la vida al hombro. Con todos los respetos del mundo a quienes los porten, y sobre todo para quienes sus ancestros no tuvieron la mínima delicadeza de esperar a que el “zagal” volviera de la mili para colocarle el san Benito de, por ejemplo: Aniceto, Honorato, Primitivo, etc., Obviamente las féminas de la época tampoco escapaban de las garras de las costumbres.
Pues esa misma condición, la de los hipocorísticos finolis, ocurren en la gastronomía. Mientras en algunos lugares a un huevo frito se le conoce simplemente como huevo frito, de los que se moja con pan en la yema y se come con glotonería de naufrago las puntillas de alrededor, pues ya digo, en otros lugares lo fríen mal y encima lo adornan el anglicismo fried egg.
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Referente a la gastronomía, si ya de por sí la Región Murciana dispone de una variada y excelente gastronomía, y de ello da fe el que la capital murciana haya sido elegida Capital Española de la Gastronomía 2021; pero centrándonos aun más en el meollo del yantar, en el Noroeste Murciano, sumado a la singularidad y contundencia de algunos de sus platos, como por ejemplo: el Jayuyo, Rin-ran, Ajo Harina, etc., hoy vamos a añadir un nuevo plato, eso sí, aunque no resulte muy relumbrón de vista, pero con una contundencia al paladar de vicio, y con hambre, no vean ustedes. El plato de llama, “Fandango”. Un plato nacido en tiempos de necesidad, donde el único supermercado que se podía visitar era el bancal de casa, y por tanto había que arreglarse con lo que había, o en todo caso, intercambiar productos con el vecino.
El plato referido, en su diferentes variedades y gustos, si en la Mancha, aún con ciertos variantes podría tratarse del Atascaburras o del Ajo Arriero Manchego, en el Noroeste murciano, para más señas en Bullas, se llama Fandango, y no de Hueva, sino de patatas y otros ingredientes que bien elaborado hacen de este plato un altar a la gula y un desasosiego incontenible hasta que el plato está listo para atacarle sin más rodeos. O sea, a soponcio y tente tieso.
Elaboración del Fandango para cuatro personas
Se ponen entre 300 a 400 gramos de bacalao a remojo durante no menos de seis horas. Al cabo de ese tiempo se escurre el bacalao y en una olla de barro con agua nueva, junto a dos o tres pimientos choriceros y cuatro patatas medianas o dos más grandes, se pone a hervir durante unos veinte y cinco o treinta minutos. Al cabo del tiempo reseñado se sacan los pimientos para extraerle la carne libre de pepitas. En otro plato se saca el bacalao y se desmigaja procurando que no contenga espinas.
En el mortero que vayamos a utilizar para hacer el Fandango, primero preparamos la salsa o majada milagrosa, compuesta de cuatro dientes de ajo laminado para facilitar su trituración, medio vaso de aceite, dos cucharadas de pimentón molido y la carne de pimiento choricero. Se machaca todo muy bien y aparta.
Del agua de la cocción de las patatas de guarda un poco para añadir a la mezcla caso de apetecer más fluida.
Se echan las patatas cocidas al mortero y se van machacando a la vez que aliñando con la salsa previamente preparada. Cuando ya están machacadas las patatas se echa el bacalao y, con cuchara de madera, se le va dando vueltas sin consideración, pero con mucho mimo, hasta que todo quede perfectamente bien mezclado.
Sí me permiten, una advertencia: amigos y amigas, olvídense de la báscula y pónganse los sopones de pan bien cerca y controlados, porque trozo de pan que corten, trozo de pan que desaparece. Y ya, como última recomendación, no olviden que los grandes soponcios como mejor pasan es con vino, y ya saben, para beber sobre seguro, de poder ser, de la Denominación de Origen de Bullas.
Que aproveche.
Pascual Fernández Espín
Escritor y tertuliano político en radio y televisión