Aquellos que ya vamos para zorros viejos, y si propiamente dicho, zorros no, pero sí cada vez más plateados y más “granaos”, quizá por ello nos cueste asumir el papel pasivo que tratan de meternos por los ojos a los ciudadanos a través de las redes sociales o algún que otro medio de comunicación especializado en influir en los gustos culinarios de consumidor. En cuanto sales a la calle comienza el bombardeo: carteles, neones, frescos en paredes, bebidas variopintas y comidas sicodélicas que uno no sabe ni pronunciar el nombre. Si echas un vistazo a la prensa escrita o radiofónica, ídem de ídem; y si te asomas al lugar más visitado de la casa, después del váter, como es el escaparate de la televisión, el mosaico de las más variopintas ofertas gastronómicas que ofrecen los ciento y la madre de canales televisivos existentes rayan con la pesadez.
Todos los canales de televisión, además de entretener, que sería lo suyo, tratan de ser determinantes en los gustos del consumidor. Y la gastronomía no iba a ser una excepción. Seguro que ustedes ya se han dado cuenta, pero recordarán, porque tampoco de ello no hace tanto, que hubo un tiempo en que lo que imperaba era dar la barrila con la dieta mediterránea. Dieta mediterránea por aquí y dieta mediterránea por allá, hoy, quizá porque algunos estamos hasta ahí de espinacas, coliflores y demás, lo que se lleva son los menús degustación de alto copete, los que cuestan más que la factura eléctrica, que ya es decir. Por ejemplo: un huevo frito con poco esmero, pocas puntillas y hecho a empujones, cuyo precio final en la mesa del comensal apenas si elevaría su valor material a medio euro, en un menú degustación de lo más fashion, con su marketing correspondiente, envuelto en papel de celofán y rabitos de lagartija, eso sí, sonrisa incluida, el precio que te presentan en la factura del huevo sería precisamente eso; que te cuesta un huevo, y no de gallina. Y los expertos los saben, y el consumidor domeñado, también lo sabe, pero amigos míos, aunque el precio se asome al sablazo, como la cocina gourmet está de moda, el resultado final suele ser que te dejas arañar el alma de la cartera de forma vil, pero eso sí, como decía Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en un secuencia crucial de Casablanca: “siempre nos quedará París” y si no el París de la Francia chauvinista, si nos quedará el atenuante poder de poder presumir ante los amigos o amigas de haberte comido un suflé de pandereta de Navidad con espuma de rosas de cardo en un local de lo más “sublimotion”.
En plena semana del Madrid Fusión 2021, cuando para dar un toque de presumible exquisitez a las noticias del día, hasta el telediario que dirige Vicente Vallés, de Antena 3, que es un tío seriote con principios de urticaria, comenzó a ensalzar a un Madrid Fusión repleto de actividades y exquisiteces, showcookings o masterclass y un concurso donde la croqueta de jamón ibérico había quedado elevada a la séptima obra de arte gastronómico. Se notaba que era un desconocedor de las croquetas de verdad, las contundentes, aquellas que hacía la abuela de toda la vida y que el domingo por una serie de circunstancias tuve el placer de volverlas a degustarlas.
Sin necesidad de ir a Madrid Fusión, y precisamente después de haber pasado la DANA por territorio murciano, ya aplacada la furia de los elementos meteorológicos, decidimos salir a tomar el sol al campo, que dicho sea de paso, es de lo más baratito que hoy día se puedes tomar sin pagar el IVA, pero el puñetero vicio de comer hizo su aparición a la hora en que el sol encumbra el día. Casi esquinados, mosqueados por el puñetero virus y las horas que eran, entramos en un restaurante de la huerta murciana, pidiendo mesa en la terraza. Y ahí empezó la agradable sorpresa del domingo. Sin lujos, pero con una atención personal de cinco estrellas, pedimos la carta, que resultó ser en su mayoría de platos ya elaborados, pero amigas y amigos del buen yantar, ofrecían, y a la vista estaba, una cocina de brasas y carnes a la parrilla que sin menospreciar a los famosos cocineros: Joan Roca, Quique Dacosta, José Andrés o Martín Berasategui, les puedo asegurar que la lista y calidades de la carne era tan extensa que hasta el pollo, con toque de secreta de maceración y manos de mimo, hecho a la brasa resultó algo exquisito. La verdad es que con hambre no hay pan duro, pero no es menos cierto que desde que comenzaron a servirnos los clásicos aperitivos de día festivo: calamares a la plancha, pulpo al horno, almejas al pil pil o unas buenas marineras con anchoas del cantábrico, la comida ya comenzaba a prometer. Después vino un exquisito entrecot de choto gallego al punto hecho a la brasa, con pimientos de Padrón reforzados con rodajas de patatas al horno, con leve toque de crema de ajo, resultó ser un acontecimiento gastronómico de diez.
Sin desatender ni por un momento el control del chef de parrilla o la acción de cualquier otro camarero, Paqui, de Cervecería Paqui, gerente, trabajadora, empresaria y buena profesional de la restauración, departía con unos y otros con el objetivo de que aún después de pagar, la sonrisa del cliente no desapareciera de su rostro. Días más tarde me enteraría que ya había puesto su ojo clínico en el local el gran periodista gastronómico, Paco Hernández, fundador de LasGastrocrónicas.com. Su veredicto también había sido bastante positivo.
Y conste que no queda tan lejos de la capital murciana, apenas diez minutos en coche, en la carretera RM-303 que comunica las pedanías de Los Ramos con Alquerías, usted puede quedar sorprendido con la calidad de producto que se cocinan en el pequeño infierno de brasas, todo ello sabiamente macerados en el estómago con un buen tinto de la tierra o de cualquier otro predio de los existentes en su bodega.
Buena comida para un buen día.
Pascual Fernández Espín
Escritor y tertuliano político en radio y televisión