Lo primero que deben procurar los fundadores de un casino, círculo o club es que las butacas sean cómodas. Porque una de las ventajas que ofrecen estas instituciones recreativas –y a veces culturales– es la de que los socios que lo deseen puedan dormir la siesta.
Está demostrado que algunos no encuentran en sus casas las condiciones apetecibles para dormirla. En este caso la siesta no es estrictamente «el sueño que se toma después de comer», porque de la casa al casino hay un trayecto que se habrá recorrido «pedibus andando». No importa. Y quizá el aire de la calle, disipando los primeros vapores de la digestión, contribuya a hacer más sosegado ese sueñecito diurno que proporciona un buen descanso corporal, a no ser que se convierta en modorra o la turbe algún fantasma de la imaginación.
Hay tres, cuatro, cinco, tal vez más señores que dormitan (la mujer aún no parece integrada en el asunto de la siesta de casino, debían de planteárselo) en sus butacas. El rumor, y hasta el estridor de las conversaciones, no les molesta. Hipnos que es el dios del sueño –y no Morfeo que es el de los ensueños–, les pone sus manos tibias y graves en las orejas y los vuelve sordos para las voces y los ruidos de lo exterior. ¡Qué bien duermen! ¡Cómo han logrado evadirse de cuanto les rodea y entrar en la morada íntima de lo subconsciente! Que no siempre es amable, porque también en el sueño corto y ligero de la siesta se reproduce, deformada, la vida real. Y acaso el ademán de aquel señor que parece espantarse una mosca, significa que algún maléfico duende ha venido a mofarse de él o a herirle con el dardo de algún mal recuerdo.
Más he aquí a otros señores que duermen apacibles, inmóviles en sus sillones, en un «estado de beatitud». Este se ha tapado los ojos con el periódico. El de más allá, cara a la luz de una pecera, parece tener los párpados de plomo. En fin, este otro apoya la sien en una mano, sonríe como un niño bien dormido en su cuna. ¿En qué, con quién estará soñando? Pero cada sueño es un enigma y no existe el Edipo de los sueños.
Lo importante es dormir. En el casino, en casa, en el tren, en el avión o en el cine. El sueño corto o largo, en postura sedante o en decúbito, no siendo febril, es siempre reparador. Un sedante para el sistema nervioso, una tregua en el combate de la vida.
No hay persona más irritable que aquella que no duerme lo que necesita dormir. Dichosos los que duermen en cualquier parte como Napoleón que, según dicen –pero vaya usted a saber si es verdad– durmió sobre su caballo una buena siesta antes de la batalla de Waterloo. Eso salió ganando. Porque después llegó la realidad tremenda del desastre.
Miguel López-Guzmán
Periodista, escritor y pintor