¡Oug! Qué caló! Decía mi vecino Miguel cuando el otro día a la sombra sudaban hasta por el carnet de identidad.
En esto del calor hay mucho que decir, pero dentro de ese acervo graciosilllo que tanto se lleva a ras de calle, lo que para los agoreros de siempre las calores de días pasados era la antesala del fin del mundo, para otros, más sensatos ellos, decían sin pestañear que no iba hacer calor en pleno enero. Sobre el tema, tan de moda en los últimos tiempos, escuchaba la reflexión de una señora mayor recién salida de la pelu y con cara de no haberse perdido ni un solo capítulo de las novelas, Amar es Para Siempre o Tierra Amarga:
«Pues sí, hijo, sí, decía la buena señora, lo que ahora técnicamente se denomina ola de calor, periodo canicular, reventón cálido, isobaras que arden, mapas con manchas rojas y cambio climático, antes de que llegara tanta modernura se llamaba verano. Así, sin más letras ni apellidos. Pura ciencia de muchas canas».
Está claro, la calor, o el calor, a elegir, igual que las bicicletas de Camilo José Cela, son para el verano, y claro, en verano, por mucho que se quiera evitar o se mire para otro lado, además de calor, es tiempo de fiestas a deshora, de trasnochadas y gin tonic y de excesos gastronómicos a tutiplén, y este verano precisamente, aunque hayan disminuido en nuestras noches los guiris, los alemanes o los franceses, está siendo un verano de españolitos muy dado a la cervecita y buenas tapas. Y no lo olviden ustedes, señoras y señores de barriga vistosa, y los otros y otras, también, porque cuando vayamos a darnos cuenta y sea hora de ir cambiando la ropa holgada playera por la del resto del año, los hermosos michelines, criados con esplendor bajo el pecho, todo rebelados y mohínos, parecen haberse esponjado ahí. Precisamente ahí, a la altura de la barriga, y muy cargados de razones adiposas y pliegues a gogó, los muy jodidos suelen gritar con todas sus letras y a los cuatro vientos: ¡Por esos pantalones, vestido o falda no entro yo aunque me pasen la garlopa carpintera varias veces o me unten de crema de cacao! Y ahí se quedan los jodidos, atascados bajo el ombligo. Ni para arriba, ni para abajo.
Con la grima reflejada en el rostro y la prenda de vestir que antes del verano entraba hasta desahogada, ahora, hermanada con la barriga cervecera, espera respuestas urgentes para primeros de septiembre: ¡Osus María! Dentro de diez días es la boda de la hija de Maruchi, la que no trago ni en pintura, y como no me ponga tirantes, como el Cachuli camino del Rocío, o diga que me duela la muela, fracaso asegurado. Como las negaciones de San Pedro, tres soluciones me quedan: una, ahora mismo, sin perder ni un segundo, calzarme las Nike Air Force y lanzarme a correr por la ruta del colesterol sin parar ni para hacer pis. Dos, recluirme en el gimnasio hasta el día de la boda. Y tres, dejar de darle ritmo a la quijada y en los diez días siguientes a hoy que no entre por mi boca nada más que agua. Ni siquiera Aquarius, que también engorda. Aunque también hay otra solución, y ya de perdidos, al rio. Porque no sé si ustedes sabrán que en cuando cortas por lo sano y de un día para otro dejas de suministrarle al cuerpo lo que le tienes habituado; o sea: tu jamón, tu vino favorito o la cerveza de la hora del ángelus, le entra el mono tonto y no vean como se rebela. Por tanto, situados en el trance de semejante tesitura, mientras planificamos como vamos a ir reduciendo nuestra dosis de caprichos gastronómicos, aunque sea la última vez antes de que acabe el verano, todavía podemos permitirnos una licencia con algo distinto. Con una generosa tapa, sabrosa, delicada y de tan poco costo, que el propio picoteo se puede transformar en un primer o segundo plato alta contundencia, de muchísimo sabor y categoría de diez. De esos que bien organizado, sin comer todo lo que te pida el cuerpo, porque como está tan rico es muy difícil dejar de menear el bigote a mitad de la experiencia, pero digo yo lo que diría el Arguiñano: rico, rico sin afectar al bolsillo o al colesterol…Bueno, al colesterol, algo sí, pero no mucho.
Les estoy proponiendo que se preparen unas delicadas y sabrosas Tostadas Angélicas, de las que el nombre lo dice todo.
Tostadas Angélicas
Ingredientes
Para cuatro personas y no quedarse con hambre:
- Dos barras de pan de cuarto.
- Doscientos cincuenta gramos de beicon ahumado.
- Un tarro de mahonesa de doscientos gramos.
- Una cebolla mediana.
- Un tarro 25 gramos de alcaparras.
- Tres toneladas de mimo.
Elaboración:
- Se corta el beicon en trocitos como media uña del dedo meñique. Se corta la cebolla en trocitos igual o más pequeños que el beicon. Todo junto se echa a un bol donde le iremos añadiendo la mahonesa hasta que se forme una masa uniforme no muy dura, pero que tampoco chorree.
- Las dos barras de pan se cortan en rodajas de unos cuatro centímetros de grosor.
- Con una cuchara se van colmando las rodajas de pan con la masa preparada.
- Se depositan en una bandeja y se meten al horno durante dieciocho o veinte minutos a una temperatura de 200 grados. No obstante, el tiempo del horno será el suficiente como para que el pan y la masa preparada solo se tueste un poquito.
- Nada más sacar las Tostadas Angélicas del horno, se le ponen encima de la pasta unas alcaparras, seis o siete, que previamente habremos secado con papel de cocina.
- Preferible comer caliente.
Señores y señores, con una tapa, o plato con varias tapas, tan sencilla de elaborar y de tan poco coste, usted puede gozar de algo distinto, de algo sabroso y contundente a la vez que el ranking de sus cualidades culinarias subirá bastantes peldaños entre la consideración de sus amigos. Triunfo asegurado. Y de haber medallas por medio, seguro que se lleva alguna. Una última recomendación: aconsejable no cebar con las Rebanadas Angélicas a amigos o conocidos, ya que de seguro se pegarán a usted como las lapas al acantilado.
Pascual Fernández Espín
Escritor y tertuliano político en radio y televisión