Nacer es el comienzo del morir, aunque algunos se mueran de repente o más pronto que tarde. Paradójicamente es en la primavera, la estación vital por excelencia, cuando los estados depresivos alcanzan mayor auge, y la muerte se siente más cerca debido al inicio del ciclo natural, más incluso que en el otoño, estación gris que predispone al romanticismo, la tristeza y la añoranza.
Qué diferencia, amigo lector, con aquellos sufridos y hermosos tiempos, en los que familias al completo vestían de negro de los pies a la cabeza durante años, prescindiendo de risas y de ocios, comunicando así al mundo la sensible e irreparable pérdida en el seno familiar.
Morir en vacaciones no deja de ser una molestia para deudos y allegados, para todos, menos para el muerto; sobre todo si el adosado de la playa es alquilado, pues dos días de velatorio, son dos días y cuestan un dinero. La rebaja del impuesto de sucesiones al 1% adoptado por el gobierno murciano de **Pedro Antonio Sánchez**, me parece muy bien, así volverán con nuevos brios las esquelas a los diarios y las necrológicas a las emisoras. Pues solo faltaba que después de pagar un dineral por el entierro, nos saquen los cuartos por heredar una miseria. Así volverán de nuevo las flores a los sepelios y los taxis del seguro de decesos, ya que últimamente familiares y allegados prescindían de toda la parafernalia funeraria para ahorrar cuartos. La sociedad de consumo exige prescindir de casi todo: ni una esquela, ni una flor, ni tan siquiera un kleenex para enjugar las lágrimas verdaderas o no, todo en beneficio de la economía de los vivos. La muerte se ha convertido en una mala ocurrencia, en un trastorno molesto que interrumpe nuestra rutina: el muerto al hoyo y el vivo a la playa, para qué quedarse una noche en vela junto a un difunto que ni siente ni padece. ¡Ah! qué tiempos aquellos cuando morir era toda una tragedia y el recuerdo perduraba entre sollozos más allá de los calendarios.
Miguel López-Guzmán
Periodista, escritor y pintor