Sería conveniente, si nos dejan los sátrapas de un mundo empequeñecido por la globalización, ahora que nos hallamos a las puertas de la estación de las flores, volver nuestros ojos hacia las huertas y refrescar en la memoria esos refranes murcianos que ya son como dogma de la sabiduría. Florecido ya el almendro y el azahar en los limoneros; con la sangre en ebullición prometiendo aconteceres en desconciertos; regidos por soles de justicia y presintiendo sagrado el reclamo de la primavera, deberíamos festejar las tierras de las que provenimos mucho más allá de los simples festejos de rigor.
En Abril volverán a sonar los tambores de la Semana Santa tras dos años en enmudecidos, sonarán jotas en el Bando de la Huerta y silbatos en el Entierro de la Sardina. Con la primavera llegan claveles y mantillas. Los transeúntes callejeros cuelgan su abrigo y echan sobre sus hombros el chulesco jersey en las soleadas mañanas primaverales.
No es casualidad que a los pies de Nuestro Padre Jesús Nazareno, en el paso del Viernes Santo, florezcan los zarzos de la seda. Siempre se dijo que a últimos de Marzo, la hoz bajo el brazo y la mujer junto al zarzo (con permiso de las feministas).
En este tiempo, las mozas cumplirán un Abril más y las maduras un Abril menos. Y como ellas, los capullos de las flores rompen su cáscara en alborozado afán de contemplación, y la vida verde se hace a la luz celestial.
Bienvenida seas Primavera, una vez más, a este mundo absurdo.
Miguel López-Guzmán
Periodista, escritor y pintor
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