Abbe Lane, bailaba al son de la música de Xavier Cugat, cuando Cuba era la Cuba de Batista antes de que Fidel la llenara de miedo, miseria y piojos. Luego llegaría Charo Baeza y Cugat se dejaba caer por Murcia subido a su blanco Rolls con matrícula de Cugat, lucía espléndido a las puertas del Rincón de Pepe cuando Raimundo. Allí el músico dejaba sin existencias de lubinas al solicitado restaurante, allá por los setenta.
Todo pasó, pero aún en el firmamento de las noches de estío, justo encima del coso de La Condomina, suena la música caribeña de las sesiones de cine de verano… Me lo dijo Adela, cuando Abbe cantaba provocando al personal y la censura temblaba pese a los cortes de celuloide y alguna voz rebelde gritaba aquello de : ¡…Nena, estás más buena que el caldo de los michirones!
Otra vez el verano II
Por aquel entonces, a principios de los sesenta, a las mujeres les dio por imitar a los hombres, incluso llevaban pantalones muy ajustados, Laster les decían, que les llegaban hasta las corvas. Llegaron a pilotar motos de las gordas, cuando aquí la mayoría íbamos andando o en bicicleta. Algunos subían en Vespa con «zapato» hasta la Charca de la Marrana en el Puerto de la Cadena a refrescarse. El Mar Menor quedaba lejos y las perras eran cortas. Así que aquellos domingos de verano se resumían al baño en la charca, en la piscina del Imperial o en el Murcia Parque, la mayoría se orinaban en el agua pese a aquel famoso bulo de que salía un circulo amarillo alrededor del que se meaba.
Las tardes eran para el cine, sin aire acondicionado, excepto en el Rex y el Coliseum que eran para gente bien. Daba igual, si había que sudar se sudaba, hasta en el asiento del gobernador civil y de su señora que estaban reservados con una cadena. Y allí, entre el chascar de las pipas de girasol y aromas a sobaco uno era feliz viendo a la señorita Anne Magret que tenía muy buena presencia, en una película del Oeste con malos sin afeitar y buenos repeinados y pulcros; otras veces salía de romana con el peplum, mostrando tímidamente la muslada; recuerdo aquella en la que salía con gabardina y la secuestraba un pervertido.
Sí, entonces se sudaba, lo único que refrescaba eran las películas de piratas que se ponían ciegos a ron en la isla de la Tortuga. Anne Magret nunca salió en ninguna película con Joselito, ni tan siquiera con don Juan Valderrama, entonces éramos poco para ella, así que nos íbamos a la casa a dormir con el rabo entre la piernas y la ventana abierta hasta el domingo siguiente que nos poníamos a remojo en el barreño de zinc. (De Mis primeros quince años).
Miguel López-Guzmán
Periodista, escritor y pintor
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