La Junta de Gobierno del Ayuntamiento de Murcia ha aprobado la cesión en depósito con carácter indefinido del cuadro denominado ‘Los Auroros del Rincón’, obra del pintor Manuel Muñoz Barberán realizada en torno al año 1968, para su exposición de forma permanente en el Museo de la Ciudad.
La obra, cedida por Manuel Muñoz Clares, hijo del autor, es un óleo/lienzo de 220×180 cms, valorado en 18.000 euros, según la estimación realizada por el museo para ser incorporado al Inventario de Bienes.
Manuel Muñoz Barberán (1921-2007) fue uno de los exponentes más destacados del ámbito cultural de Murcia en el siglo XX. Pintor, escritor y ensayista, pertenece al grupo de artistas más influyentes de la segunda mitad del siglo, con proyección nacional e internacional.
Fue depositario de numerosos premios y reconocimientos que le han consolidado como artista y figura cultural destacada en toda la Región. Cultivó la investigación histórica, publicando varios libros entre los que destacan ensayos sobre Murcia y sus personajes ilustres. Fue cronista de la ciudad de Murcia desde 1988 hasta su muerte en 2007.
El tema de la Aurora Murciana, encuadra esta obra entre sus numerosas creaciones sobre folclore, fiestas y costumbres murcianas. Muchas de estas obras han sido utilizadas como carteles anunciadores de festejos populares, además de realizar varios carteles anunciadores por encargo expreso.
Las Campanas de Auroros de Murcia son una de las manifestaciones identificativas del acervo cultural de nuestro municipio. Con gran arraigo en la huerta de Murcia son agrupaciones corales procedentes de hermandades religiosas ya conocidas en el siglo XVI, que incorporan elementos musicales mucho más antiguos. Varias Campanas de Auroros se mantuvieron activas a lo largo del siglo XX, dándose un extraordinario resurgir en la década de los noventa gracias al impulso que se les dio desde las administraciones democráticas en la década anterior. En 2001 fueron reconocidas por la UNESCO «obra maestra del patrimonio inmaterial de la humanidad».
Sobre el cuadro ‘Los Auroros del Rincón’.
En 2013, Santiago Delgado escribía este texto sobre el cuadro. «Su realismo figurativo posee ese enigma o misterio humilde de las cosas, que las hace, más allá de verdaderas, encantadoras. Sí, hay encanto en los cuadros de Manolo Muñoz Barberán, y lo llamo así por primera vez porque esa confianza se acomoda a la lectura que voy a hacer de su cuadro. O eso me lo parece. Y decía que no sólo son sus cuadros trasunto, no verista, de la realidad, sino que nos transfiere una realidad teñida de encanto. Pero no de encanto mágico, sino encanto entrañable, casi familiar, con un guiño apenas imperceptible de humor. No sólo es su pintura perfección técnica de figurativismo postimpresionista. No. Para Muñoz Barberán, el tema sí importa. Claro que importa. Y es en el desarrollo de ese tema donde la levísima sorna del pintor se desarrolla, tanto como su maestría pictórica.
El tema es un corro de auroros contemplado desde la segunda fila, la de espectadores, si bien, en una segunda fila privilegiada, pues la “oportuna” aparición de dos niños, nos permite ver el centro del corro. Los Auroros son unos conjuntos de provectos varones que cantan a capella, solamente acompañados por una campana que les da nombre a la unidad. Su naturaleza es religiosa, y sólo cantan en las ocasiones de pascua, navidad y mayos. A la luz de un farol.
Los rostros de los auroros tienen, sin duda, una reminiscencia del Aquelarre de Goya, pero sólo una reminiscencia. Los rostros deformes de los casi ancianos semejan los pobres diablos de Goya. Sobre todo el campanista, ciego en la realidad, tiene la cara de un esperpento, dicho sea con el mayor respeto. Es más que una demonificación de los auroros, una dignificación de las criaturas del Aquelarre. Ojalá se me entienda. O el que se duerme en la espalda del compañero. En el primer plano asistimos a la clave pedagógica del evento.
Un auroro canta mirando al niño del farol, para que imite voz y gesto. El otro zagal, de hermosa complexión, atiende todo con disciplina de proverbio. Su rojo jersey habla más que de otra generación, de un sentido nuevo de entender la vida, más lúdico. O la impasibilidad del auroro de las gafas. Con todo, el maestro dejó constancia de su excelencia en las manos en la espalda del auroro de la manta. Un reto pictórico, siempre las manos, y si están entrelazadas, más aún. El estandarte de la Virgen de la Aurora acentúa la atención de la vista del espectador hacia el tercio derecho del cuadro, que es donde se percibe la luz y donde “habita” el campanista. Es una luz de ternura que bajando desde la Virgen del estandarte, se derrama hasta el chaval farolista, pasando por el que agita la campana. El cielo del amanecer, ocupando el cuarto superior, bendice la escena, con su tenue luz compasiva.
Estos auroros cumplen una tradición secular y su presencia en este cuadro supone un testimonio muy valido de la realidad visual, escénica, de una Campana en plena ejecución. Dicen papeles que es la Campana de Javalí Viejo, y que los circunstantes son los que fueron cuando el Maestro los contempló. Mejor».
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