El calor del verano exige cambios de estilo personal. Una adecuación de nuestro físico a los rigores del termómetro y a la exhibición pública de nuestras carnes en playas y piscinas.
En otros tiempos el pelado al cero era una obligación dictada por la autoridad materna competente. Aquel pelado considerado humillante en la edad del pavo y que nos mostraba ante las beldades con las orejas desabrochadas con el consiguiente complejo, una cura de humildad que perduraría hasta octubre.
Peluquero insigne fue Bernardino Imbernón, con plaza en la afamada “Peluquería, Barbería Campillo” con sede en la calle Barrionuevo y posteriormente en la plaza de Hernández Amores. Todo ello antes de que apareciera la moda unisex; sí, porque entonces las mujeres aún no llevaban barba.
Resulta, que Barbería Campillo abrió sucursal en el Puente Viejo o Puente de los Peligros, en el mismo edificio de la Lotería del Puente, el Dr. Pérez Moreno y el sastre Marrilac. Y allí mientras te pelaban podías admirar el Puente en todo su esplendor.
Fue un río Segura de aguas vivas y cristalinas. Un puerto de tierra adentro dónde los transeúntes camino de los autobuses de línea en Camachos o Floridablanca, disfrutaban de una leve y fresca brisa en plena canícula. Un río con pescadores de caña y anzuelo en sus riberas. Resultaba entretenido observar a los barbos tratando de remontar el azud apostados en la barandilla, y en su defecto las piraguas que se hacían al agua desde el Club Remo. Voceadores del cupón de ciegos y vendedores de gafas de sol otorgaban vida al Puente en aquel trasiego diario de gentes, en su ir y venir al Barrio.
Merecía la pena acomodarse en el sillón de Bernardino para que te pelara al cero y así poder disfrutar del espectáculo de aquella Murcia de los 60 en sus calurosas mañanas de verano.
*FOTO SUPERIOR: Tomás Lorente
Miguel López-Guzmán
Periodista, escritor y pintor
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