En vísperas de la presentación de su novela «Voces Rotas», la artista murciana —pintora, poeta, docente y ahora narradora de denuncia— desgrana en exclusiva cómo la gastronomía, el arte y el compromiso se entrelazan en su mirada: no como temas, sino como actos de resistencia cotidiana

Hay quienes ven un limón y perciben acidez; Guillermina Sánchez Oró lo contempla y escucha el susurro del riego en los campos de la huerta, siente el reflejo del sol en su piel rugosa, inhala el aroma húmedo de la tierra recién regada y lo traslada al lienzo con una precisión que roza lo sensorial: no pinta fruta, pinta presencia. Así, con esa mezcla de rigor técnico y emoción visceral, ha construido a lo largo de décadas una obra pictórica que trasciende el género del bodegón para convertirse en un homenaje silencioso —pero vibrante— a la identidad murciana. Y es en ese mismo espíritu, donde lo cotidiano se alza como epopeya, donde lo doméstico se vuelve político y lo sensorial se transforma en memoria, que hoy se prepara para dar un nuevo paso: el lanzamiento de Voces Rotas, su primera novela, una trama incandescente que desnuda la corrupción desde los márgenes del silencio.
Pero antes de adentrarse en los pliegues oscuros del poder, Guillermina abre su despensa —literal y simbólica— y nos invita a recorrerla con ella: desde el dorado del aceite que captura en cristal como si fuera luz líquida, hasta el humo del arroz con conejo que evoca tardes de familia y resistencia afectiva; desde la textura rugosa del ajo morado, digno de un retrato histórico, hasta la elegancia exótica del té a la menta servido en vasos traídos de los zocos de Marruecos —país que moldeó su infancia y sigue latiendo en su paleta.

Entre pinceles, recetas y palabras, Guillermina no separa el arte de la vida: cocinar es componer un cuadro, escribir es trazar un boceto de justicia, y enseñar a un niño a dibujar un tomate es, en esencia, devolverle la capacidad de asombro frente al mundo. En una época donde lo efímero domina, ella persiste en lo esencial: en los objetos que nos sostienen, en los sabores que nos nombran, en las historias que nos atan a la tierra y a los otros. Por eso, cuando habla del “bodegón del alma murciana”, no enumera ingredientes, sino símbolos: una mesa huertana, un porrón, una silla de anea envuelta en jarapa… todos testigos mudos de una cultura que se resiste a desvanecerse.
Y es esa misma convicción —de que lo local es universal, de que lo pequeño contiene lo infinito— la que impulsa su próximo sueño: un libro de arte dedicado a la gastronomía tradicional murciana, no como recetario, sino como crónica visual y poética de una identidad en peligro de olvido.
En vísperas de un acto que promete ser tanto celebración como llamada de atención —la presentación de Voces Rotas este miércoles 19 en el Edificio Moneo, con el respaldo de instituciones y el clamor de una voz que ya no puede —ni quiere— callar—, Guillermina Sánchez Oró nos recuerda algo elemental, y sin embargo revolucionario: que el arte no se hace solo en los museos, sino también en las cocinas, en las aulas, en los mercados, en las manos de quienes aún saben pelar una berenjena con respeto. Y que, tal vez, la mejor forma de combatir la injusticia sea, primero, aprender a mirar —y a saborear— el mundo con atención plena.
El bodegón como acto de memoria y celebración
-Sus bodegones transmiten una presencia casi sensorial: se siente el aroma del pan, la textura del queso, el brillo del aceite… ¿Qué ingredientes o elementos de la despensa murciana nunca faltan en sus naturalezas muertas y por qué?
-Lo que busco al pintar no es solo reproducir la imagen, sino capturar la esencia de los objetos, invitando al espectador a entrar en ellos, a sentirlas como propias.
En mis obras —como murciana que ama profundamente esta tierra— procuro incluir ingredientes que son auténticas estrellas para mí y para cualquier murciano de corazón.

Los cítricos, sobre todo los limones, son un clásico recurrente. Disfruto plasmando su brillo, su piel rugosa, el contraste cromático entre la fruta y sus hojas verdes… Y más allá de lo visual, intento evocar ese aroma inconfundible de la huerta murciana, tan vibrante y tan frágil: una riqueza que, desde aquí, quiero subrayar que debe protegerse con urgencia.
Los pimientos también me fascinan: acariciar su piel lisa y brillante, trasladar esa cualidad al lienzo o al papel, y analizar el contraste entre el fruto y su apéndice verde, el punto desde donde nace la vida. Es una lección de forma y luz en cada pincelada.
Con frecuencia represento el aceite en recipientes de cristal, capturando sus reflejos y su transparencia. Ese dorado profundo me cautiva: no es solo un color, es un símbolo de la riqueza de nuestra tierra y de una tradición culinaria milenaria.
Y luego está el pan —el nuestro y el marroquí—. Ambos son pan, sí, pero sus texturas, sus formas y sus sabores difieren profundamente. Trabajar con esas dos realidades me permite explorar contrastes, raíces compartidas y diversidades que se complementan.
Estos elementos, junto con otros como las castañas, las nueces o las peras, no solo son iconos de nuestra gastronomía; me ofrecen una paleta infinita de texturas, brillos, volúmenes y colores. Me permiten afinar mi técnica y lograr esa sensación de presencia casi táctil y olfativa que tanto persigo. Son parte de mi identidad… y de la tierra que me inspira.

-¿Cómo influye su mirada de pintora en la forma en que ve y disfruta la comida? ¿Cocina usted con la misma intención con la que pinta?
-Como pintora, mi mirada está entrenada para observar el mínimo detalle. Disfruto contemplando los colores, las texturas, la luz que modela cualquier objeto que tengo delante… y esa atención se intensifica cuando se trata de la comida.
Al cocinar o al sentarme en un restaurante, lo primero que percibo es la armonía cromática, la disposición de los ingredientes, la calidad de los productos… y, por supuesto, el sabor. Lo hago de forma instintiva, igual que si contemplara la Cesta de frutas de Caravaggio: solo con verla, ya me resulta apetitosa, por su composición, su luz y su equilibrio.
Al pintar, busco que la obra evoque emociones y que quien la observe la sienta como propia. Igual ocurre en la cocina: me esfuerzo para que mis invitados no solo degusten el plato, sino que lo vivan, lo compartan, lo recuerden. Por eso, intento que tanto una obra sobre lienzo como un plato en la mesa sean, en esencia, actos de creación consciente: pequeñas obras de arte efímeras o duraderas, pero siempre hechas con intención.

-De entre todos los platos de la gastronomía murciana, ¿cuál es su favorito? ¿Hay alguno que le traiga recuerdos tan intensos que le haya inspirado una obra?
-Es una pregunta muy difícil, porque elegir un solo plato de nuestra gastronomía es como pedirle a un pintor que elija su color favorito: ¡una imposibilidad! Pero si debo decantarme por uno que evoque en mí una conexión sensorial y emocional profunda, diría que es el arroz con conejo.
Hay algo en su sencillez y contundencia que me llega al alma. El aroma mientras se cuece —ese cruce de romero, ajo y conejo guisado lentamente— es puro recuerdo, pura nostalgia. La textura del arroz, especialmente si es de Calasparra, en su punto exacto: suelto, pero con ese toque meloso… y el sabor profundo, reconfortante, del conejo. Es una experiencia completa, integral.
En general, los productos de la huerta —un tomate maduro, un pimiento rojo brillante, una berenjena tierna— son motores constantes de mi creatividad. Cada uno tiene su historia, su belleza propia. Y al pintarlos, muchas veces siento que no solo los represento: los revivo, con sus sabores, sus aromas y su luz.

-En sus viajes a Marruecos —tan presentes en su obra—, ¿qué platos o ingredientes le han marcado especialmente? ¿Ha explorado alguna vez la fusión visual entre la cocina marroquí y la huertana en sus cuadros?
-Precioso Marruecos. Es un país que me ha cautivado profundamente, tanto por su cultura como por su gastronomía. Mis seis años de residencia allí, y los numerosos viajes posteriores, han sido una fuente inagotable de inspiración —y sí, se reflejan con fuerza en mi obra.
Hoy, gracias a los restaurantes especializados, se puede disfrutar de su cocina auténtica incluso aquí, en Murcia; y yo los frecuento con placer.
Uno de los platos que más me conmueven es el cuscús: una fuente de cerámica ancha, con el grano como base, coronado por verduras y cordero. Su presentación es, en sí misma, una obra de arte.
Pero lo que realmente me fascina son las especias. Sus aromas, tan intensos y evocadores, llenan el aire y despiertan los sentidos. Sus colores —el rojo del pimentón, el amarillo del azafrán, el verde de la hierbabuena— vibran con tal fuerza que hacen temblar los pinceles sobre el lienzo. Contemplar los puestos de especias en los zocos es una experiencia visual y olfativa abrumadora… y sí, he plasmado esa impresión en alguna de mis obras.

Otra delicia cotidiana es el té a la menta. Lo tomo cada día, lo sirvo en mi tetera tradicional y en los vasos que traje de allí —como aparece en uno de mis óleos—, siempre acompañado de las típicas pastas de miel y almendra. Son objetos que, por su forma, su brillo y su carga simbólica, poseen una innegable fuerza pictórica.
Respecto a la fusión visual entre la cocina marroquí y la huertana, creo que se ha ido produciendo en mi obra de forma consciente e inconsciente. He intentado plasmar ese diálogo cultural a través de los objetos: por ejemplo, utilizando las texturas y los tonos de las especias para crear fondos que evocan lo exótico y lo terrenal a la vez. La idea es que, al contemplar el cuadro, se perciba esa resonancia entre dos mundos que, pese a sus diferencias, comparten una misma pasión por la tierra, los productos y la buena mesa. Es mi manera de celebrar la diversidad… y la conexión que el arte y la comida pueden tejer entre culturas.

-¿Considera que el bodegón es un género subestimado en el arte contemporáneo? ¿Qué les diría a los jóvenes artistas que ven en la comida solo un tema decorativo y no una fuente de narrativa cultural?
-Con demasiada frecuencia, el bodegón se percibe como un género anticuado o menor. Pero esa visión es, en mi opinión, profundamente limitada. Para mí, es una de las formas artísticas más ricas y versátiles: un espejo de nuestro tiempo, de nuestras costumbres, de nuestra relación con los objetos, con la naturaleza y con la escasez o la abundancia.
A los jóvenes artistas que ven en la comida solo un motivo decorativo, les diría esto:
La comida no es solo color y forma: es historia, identidad, economía, migración, ritual y memoria. Detrás de cada ingrediente hay un proceso, una tradición, un paisaje, una mano que lo cultivó, una receta que sobrevivió al tiempo. Investigar su origen, su simbolismo, sus usos sociales, abre un universo narrativo apasionante.

El bodegón es un lenguaje: así como un retrato puede revelar la psicología de una persona, un bodegón puede desvelar la psicología de una sociedad. La elección de los objetos, su disposición, la luz que los modela… todo comunica. Y la comida, en particular, nos conecta con lo más esencial: el placer, la comunidad, la supervivencia, la celebración.
Pintarla con intención —con curiosidad crítica, con empatía, con respeto— puede ser profundamente potente. Les animaría a acercarse a la comida no como un tema, sino como un territorio de exploración: fértil, urgente y profundamente humano.

-Usted ha ilustrado libros, carteles del Bando de la Huerta y cómics del Valle de Ricote… ¿Ha pensado en crear un libro de arte dedicado exclusivamente a los alimentos y recetas tradicionales de la Región?
-Me encanta que me hagas esta pregunta. Es un proyecto que llevo tiempo rumiando, y que me ilusiona profundamente.
Aunque nací en Ceuta, me siento murciana de pura cepa. Y como tal, siento un amor profundo por esta tierra y su gastronomía. Un libro así sería, para mí, una forma de honrar el cariño y el respeto que siempre he recibido aquí.
Además, la comida tiene un poder narrativo inmenso. No se trataría solo de recetas, sino de historias, recuerdos, paisajes, voces de abuelas, testimonios de agricultores… Un viaje sensorial y cultural a través de la Región.

Y, por supuesto, está el lenguaje visual. Pintar bodegones es mi manera de entender el mundo; y la comida, una de mis musas más fieles. Imagino ilustraciones detalladas, cargadas de textura y luz, que inviten al lector no solo a leer, sino a saborear con la vista, a imaginar aromas, a sentir la humedad del tomate recién cortado.
También sería una forma de preservar: en un mundo cambiante, documentar y celebrar nuestro legado culinario es un acto de resistencia cultural. Ya he ido recopilando bocetos, apuntes visuales y notas que podrían formar parte de este proyecto. Me imagino combinando pintura y texto: pequeños relatos, anécdotas, descripciones poéticas de los ingredientes y su cultivo… Es ambicioso. Requiere tiempo. Pero la idea me entusiasma. Lo meditaré. Y consultaré con las musas.

-¿Hay algún producto murciano —como el pimentón de ñoras, el arroz de Calasparra o las legumbres de la huerta— que le parezca digno de un retrato en solitario, como si fuera un personaje histórico?
-¡Absolutamente! Hay productos que poseen tanta personalidad, tanta historia y tanta relevancia cultural que merecen, sin duda, un retrato a cuerpo entero, como si fueran figuras históricas.
Uno de ellos es el arroz de Calasparra, el que uso en casa. Tiene pedigrí, tradición, un vínculo indisoluble con nuestros calderos y nuestras fiestas. Imagino un retrato de un puñado de granos secos, con su brillo nacarado, listos para ser transformados por el fuego y el agua. La textura, la forma en que capturan la luz… evocarían la sequedad de los campos y la promesa de un guiso humeante.
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También los ajos, blancos o morados —tan presentes en casi todas nuestras recetas—. Con sus dientes apretados, envueltos en esa piel seca y apergaminada, son capaces de transformar cualquier plato. Su color violáceo, su rugosidad, su forma compacta… tienen una presencia monumental.
Cada uno tiene su propia biografía, escrita por la tierra, el sol, el agua y las manos que los cultivaron. Un retrato en solitario les otorgaría el protagonismo que merecen: elevarlos de la despensa al pedestal del arte. Sería una forma de celebrar la identidad murciana… a través de sus elementos más esenciales.

-En sus talleres sociales con niños o en Cáritas, ¿ha utilizado la comida o la cocina como tema artístico? ¿Qué descubre la gente cuando dibuja un tomate, una berenjena o un plato de zarangollo?
-Sí, en talleres con niños —como los de ASTRAPACE o en oncología pediátrica del hospital La Arrixaca—, y también en actividades con Cáritas, la comida ha sido un tema recurrente y profundamente fructífero.
Es fascinante ver cómo algo tan cotidiano se convierte en puente para la expresión, el aprendizaje y la conexión.
Al abordar la comida, surge de inmediato la participación: todos tienen una vivencia, un recuerdo, una anécdota ligada a un sabor. Y eso abre la puerta al diálogo, a la narración, a la emoción compartida.

Dibujar un tomate, una berenjena o un zarangollo no es solo un ejercicio técnico. Es una oportunidad para agudizar la observación, explorar texturas, jugar con el color… y, sobre todo, descubrir que el arte está en lo cotidiano. Cada persona lo representa a su manera: según lo ve, según lo siente. Así se fomenta la creatividad, la autoexpresión y la confianza.
Además, hay un componente terapéutico evidente: pintar ayuda a desconectar, a relajarse, a centrarse en el presente. Y les dice, sin palabras: tienes algo valioso que ofrecer. El mundo cotidiano también puede ser hermoso, digno de atención… y de arte.

-Si tuviera que pintar un “bodegón del alma murciana”, ¿qué cinco elementos incluiría en la composición y por qué?
-Intentaría condensar la esencia de esta tierra y su gente en una sola escena. Elegiría estos cinco elementos:
Una mesa huertana, de madera sencilla y resistente —el centro de la vida familiar.
Un porrón de vino, símbolo de compartir, de fiesta, de complicidad sin fronteras.
Un cuenco de barro con limones, reflejando la luz, el aroma y la identidad de nuestra huerta.

Una platera de madera con platos típicos —no importa cuáles, pero que sugieran abundancia y tradición.
Una silla de anea con jarapa, evocando el trabajo artesanal, la sencillez y la calidez del hogar.
Dispuestos con cuidado, estos objetos no serían solo una naturaleza muerta: serían un relato silencioso sobre la autenticidad, la alegría compartida, la conexión con la tierra y la riqueza cultural que define, para mí, el alma murciana.
-¿Cree que la gastronomía regional puede ser un puente entre generaciones, como lo es su arte? ¿Qué plato le gustaría que sus nietos aprendieran a cocinar… y a apreciar como obra de arte cotidiana?
-¡Por supuesto! La gastronomía regional es, sin duda, un puente poderosísimo entre generaciones —al igual que el arte. Ambos son lenguajes universales: transmiten cultura, evocan memorias, generan emociones y fortalecen los lazos.
Cuando mi abuela nos enseñaba a cocinar, no solo compartía una receta: nos entregaba un pedazo de su historia, de su manera de entender la vida, del valor de la comunidad. Era un acto de amor y de legado.

Y sí, me encantaría que mis nietos aprendieran a cocinar —y, sobre todo, a mirar— un plato como verdadera obra de arte cotidiana. Si tuviera que elegir uno, sería el arroz con conejo.
No es un plato de diario, sino de reunión, de celebración, de lentitud compartida. Cocinarlo juntos —removiendo el sofrito, vigilando el punto del arroz, esperando ese momento exacto en que el caldo se funde con el grano— es ya un ritual. Y comerlo en familia, rodeados de risas y conversaciones, lo convierte en algo sagrado.
Me gustaría que vieran en ese plato no solo alimento, sino identidad: un pedazo de historia, de tierra, de esfuerzo y de amor… servido caliente, en el centro de la mesa.

Guillermina Sánchez Oró: cuando la paleta, la pluma y el alma se funden en una sola obra
Pintora internacional, poeta comprometida y ahora novelista con voz de denuncia, la artista murciana —recientemente nombrada Centenero y Doctora Honoris Causa— presenta su novela Voces Rotas, una trama vibrante que desnuda la corrupción y reivindica la justicia desde los márgenes del silencio
Guillermina Sánchez Oró no se limita a crear: transforma. Con más de 150 exposiciones a sus espaldas —desde Nueva York a Roma, pasando por Madrid, Barcelona y toda la geografía murciana—, una trayectoria docente y cooperativista de décadas, y una sólida voz poética presente en numerosas antologías, la artista ceutí-murciana ha decidido ampliar su universo creativo con una incursión contundente en la narrativa de denuncia. Este miércoles 19 de noviembre, a las 19:00 horas, en el emblemático Edificio Moneo de Murcia, presentará su novela Voces Rotas, publicada por Octubre Negro Ediciones, en un acto que contará con la intervención del concejal de Cultura, Diego Avilés Correas.

Voces Rotas no es una historia cualquiera. Se trata de una obra basada en hechos reales, donde se entrelazan investigadores, abogados —algunos vinculados a la CIA—, policías, mafiosos y víctimas silenciadas en una trama que expone, sin concesiones, la corrupción estructural en sus múltiples niveles: político, económico, judicial y humano. La novela explora las grietas del sistema desde donde surgen las resistencias: amistades forjadas en la adversidad, redenciones imposibles, amores efímeros y, sobre todo, la lucha por una justicia que parece escurrirse entre los dedos del poder.
“Escribir esta novela ha sido como pintar con palabras lo que no se puede callar”, ha confesado Sánchez Oró. Y es que, en su caso, arte y compromiso son inseparables. Desde sus acuarelas custodiadas por la Embajada de Marruecos —país que marcó su infancia y sigue inspirando su obra— hasta sus talleres en ASTRAPACE o en las aulas de oncología del hospital La Arrixaca, su vida ha sido una constante entrega a la educación, la cultura y la acción social.

Su currículum es un retrato de una mujer poliédrica:
- Alumna de maestros como Almela Costa y José Mª Falgas.
- Directora durante 25 años de la Cooperativa de Enseñanza José Loustau.
- Presidenta de APIMUR y ahora de VIVA ART.
- Coordinadora del Rincón Literario del Ámbito Cultural de El Corte Inglés.
- Autora del cartel del Bando de la Huerta de Murcia (2019) y de otros homenajes internacionales.
Galardonada como Mujer con Valor Añadido (ACUM), Socia de Honor por las Amas de Casa de Cartagena, Caballero de la Orden de Calatrava y, en lo más reciente, Centenero por la Asociación Federica Montseny y Doctora Honoris Causa por el Ateneo de Madrid —reconocimientos que celebran no solo su talento, sino su legado cultural más allá de las fronteras.

Además de Voces Rotas, Sánchez Oró es autora de obras tan diversas como Remembranzas, Murcia en Octavas —un recorrido poético por los 45 municipios regionales—, Apolo, mi gato, un cuento pedagógico sobre la inclusión, o Mitos en Verso, una colección de 127 sonetos ya incorporada al currículo de 4.º de ESO en la Región para el estudio del mundo griego.
Con Voces Rotas, Guillermina Sánchez Oró no solo estrena nueva faceta literaria: confirma que su arte —ya sea en lienzo, verso o prosa— siempre ha tenido un propósito: dar voz a lo que no la tiene.
La cita, en el corazón simbólico de Murcia, promete ser un encuentro entre sensibilidad y denuncia, entre belleza y verdad. Porque, como ella misma diría: “Una pincelada puede conmover. Una palabra, puede cambiar el mundo”.
Más información: www.octubrenegro.es

























