En San Javier, los platos dialogaron con los bodegones de Sofía Morales, Pedro Flores, Luis Garay y otros grandes pintores, en una velada donde la cocina se convirtió en acto de memoria, homenaje y comunión cultural
El viernes 31 de octubre, el Museo Particular de Alfonso Hernández Espín —conocido como Colección Nake—, en San Javier, acogió una de las experiencias más singulares organizadas por la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia: un ágape gastronómico concebido como homenaje artístico, en el que cada plato nació de la contemplación de una obra maestra del arte murciano.
Galería fotográfica del ágape gastronómico en el Museo Nake:
Santiago de la Ribera vivió una fusión única entre pincel y cuchara
La jornada comenzó con una visita guiada por la pinacoteca, considerada la más completa dedicada a pintores de la Región desde el siglo XVIII hasta la actualidad. Tras la bienvenida del presidente de la Academia, Alberto Requena, se ofreció una introducción emotiva y erudita a cargo del pintor Emilio Vieites, quien desveló las conexiones entre las obras seleccionadas y las creaciones culinarias que se degustarían a continuación.
A su lado, el chef Cayetano Gómez, Emilio Vieites y Alberto Requena —oficiantes de esta liturgia gastronómica— explicaron los procesos técnicos y simbólicos tras cada preparación.
El menú, titulado “Mesa y Mantel en la Colección Nake”, fue una sucesión de homenajes sensoriales. Se inició con tres aperitivos que ya anunciaban la profundidad del encuentro: los “Peteretes”, inspirados en La comunión de los niños pobres (1966) de Sofía Morales, evocaron la pureza y la dignidad en lo sencillo; una ensaladilla de huevos con salsa de atún y pimiento tajo, guiada por el Bodegón con botella negra (1925) de Pedro Flores, donde lo oculto se volvió presencia; y un flote de mazorca asada con requesón, limón y cilantro, tributo a Panochas de José Barceló, que celebró la tierra, la huerta y la cosecha con una pincelada casi telúrica.
El entrante —una ensalada de zanahoria, cabolla y crema cuajada de puerros— dialogó con el Bodegón (1947) de Antonio Hernández Carpe, obra de una sobriedad conmovedora que exaltaba lo cotidiano con reverencia. A continuación, el plato principal elevó el mar al altar: salmonetes a la sal con manzana asada, inspirados en el Bodegón del salmonete de Luis Garay, donde el pescado no era lujo, sino presencia silenciosa y esencial.
El cierre dulce fue una verdadera sinfonía pictórica y gustativa. Primero, una crema helada de almendra y amarenas, con membrillo, higos y uvas, nacida del Bodegón con frutas y porcelana de Antonio Meseguer, que convirtió la porcelana en metáfora de la memoria y las frutas en ritual de dulzura.
Y finalmente, una torrija caramelizada con helado de leche merengada, guiada por Niño comiendo sopas de Mariano Ballester, obra íntima y entrañable que evocó el consuelo de la infancia, el calor del hogar y la sencillez que abraza.
Tras la degustación, el presidente de la Academia Alberto Requena cerró la velada con una declamación en forma de sonetos, trazando un retrato poético de la vida de Alfonso Hernández Espín, anfitrión y alma de la Colección Nake: coleccionista, protector del arte murciano y “alquimista de lo cotidiano”, como se le definió esta tarde.
Como colofón, se le entregó una distinción honorífica en reconocimiento a su legado cultural, seguida de la tradicional foto de familia. La despedida corrió a cargo del presidente de Honor de la Academia de Gastronomía, junto con saludos protocolarios del ex-presidente de la Academia de Farmacia y del presidente de la Academia de Bellas Artes, en un acto que selló la unión entre disciplinas aparentemente distantes, pero profundamente hermanadas en su búsqueda de belleza, verdad y humanidad.
Porque, como se dijo aquella tarde en Santiago de la Ribera, no se venía solo a comer: se venía a recordar, a honrar, a sentir. Y en cada bocado, resonaba el eco de un pincel que, siglos después, seguía alimentando el alma.
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