La familia, amigos y la comunidad hostelera rinden tributo al alma mater del mítico restaurante El Tío Sentao, cuya pérdida deja huérfano a un rincón histórico de la ciudad
Ayer por la tarde, una multitud de familiares, amigos y rostros conocidos de la hostelería murciana se congregaron, en la iglesia de San Andrés de Murcia, para despedir, una vez más, a Mariano Iniesta Bolarín, el carismático tabernero que durante décadas dio vida al mítico restaurante El Tío Sentao, uno de los últimos bastiones de la tradición gastronómica y social de Murcia. La misa funeral, organizada por su familia, fue un acto íntimo pero emotivo, donde las palabras sobraban frente a la presencia silenciosa de quienes compartieron con él risas, copas y conversaciones interminables.
El restaurante, que permanece cerrado desde su fallecimiento, es mucho más que un local hostelero; es un espacio impregnado de historia, recuerdos y la esencia inconfundible de Mariano. Desde hace tres generaciones, este establecimiento ha sido un faro en el corazón de Murcia, un lugar donde confluyen gentes de todos los estratos sociales, unidos por el simple placer de disfrutar de una buena comida, una copa de vino y una charla sincera. Hoy, sin su alma mater, el local guarda silencio, como si también quisiera rendir homenaje a quien lo convirtió en un santuario de la convivencia.
Desde LasGastrocronicas.com, sumidos en el mismo duelo que tantos otros, hemos tardado días en encontrar las palabras adecuadas para despedir a Mariano. Su pérdida no solo deja un vacío irreparable en la comunidad hostelera, sino también en el tejido cultural de la ciudad. Por ello, hoy reproducimos cuatro artículos publicados en medios como La Opinión, La Verdad y redes sociales, como homenaje póstumo a este gran personaje que marcó una era en la historia de las tascas murcianas. Con una memoria privilegiada, te hablaba de cientos de personas, con todo lujo de detalles. ¡Cuántas conversaciones se nos han quedado pendientes, Tío Sentao!.
Un Legado Inolvidable
Mariano Iniesta, como explican en los artículos, Pachi Larrosa, Emilio Morales, Carlos Valcárcel Siso o Ángel Montiel, no era simplemente un hostelero; era un anfitrión nato, un conversador insuperable y un hombre profundamente arraigado en sus raíces. Durante casi ocho décadas, vivió y respiró el espíritu de El Tío Sentao, el negocio que heredó de su abuelo, Manuel Iniesta Monserrate, quien lo fundó a principios del siglo XX. Bajo su gestión, el local no solo sobrevivió a los cambios de época, sino que se consolidó como un refugio para toreros, artistas, militares, curas, obreros y vecinos comunes, que encontraban en su barra un lugar donde sentirse iguales.
Su peculiar carácter y su humor afilado eran parte de su encanto. Frases como “Ese, ¡es más cabrón que San Marcos!” no eran insultos, sino muestras de afecto hacia quienes formaban parte de su círculo. Otras veces, Mariano, si te tenía confianza, dejaba su copa de vino junto a la tuya, o se le escuchaba desde la cocina canturrear el estribillo de la canción ‘Manuela’ de Julio Iglesias. Mariano tenía el don de hacer sentir especial a cada persona que cruzaba el umbral de su taberna, un talento que le valió el cariño incondicional de decenas de clientes habituales.
Un silencio que resuena
Hoy, mientras las puertas de El Tío Sentao permanecen cerradas, Murcia entera parece detenerse a recordar a uno de sus hijos más queridos. Su figura, siempre presente detrás de la barra con un cigarrillo en la mano y un chato de vino en la otra, es ya parte del imaginario colectivo de la ciudad. Su legado va más allá de las paredes de su taberna; es un testimonio de cómo la hospitalidad, la autenticidad y el amor por la tradición pueden crear vínculos indestructibles entre las personas.
Como bien dijo un amigo cercano en uno de los artículos reproducidos: “Murcia ya no será la misma sin Mariano”. Y es cierto. Su partida deja un vacío imposible de llenar, pero también un legado que seguirá vivo en cada rincón de esa taberna, en cada brindis que se eleve en su memoria y en cada conversación que ahí se celebre.
Descansa en Paz, Mariano
Mariano Iniesta Bolarín fue, es y siempre será el último tabernero de Murcia. Su ausencia duele, pero su recuerdo permanecerá vivo en quienes tuvieron la suerte de conocerle. Hoy, desde LasGastrocronicas.com, nos unimos al homenaje colectivo y elevamos nuestro propio brindis por él y nos abrazamos emocionados a su mujer, Santi, sus hijos Tomás y Manolo y sus nietos y nietas.
Carisma
Mariano Iniesta Bolarín, el carismático tabernero que durante décadas dio vida a uno de los rincones más emblemáticos de Murcia, ha dejado un vacío imposible de llenar. Conocido como “El Tío Sentao”, su figura se convirtió en sinónimo de tradición, amistad y buen humor en la histórica Taberna del Tío Sentao, un espacio que trascendía lo gastronómico para convertirse en un verdadero refugio humano y es que Mariano disfrutaba viendo comer a sus clientes y amigos, especialmente si sus caras reflejaban satisfacción por los platos que les servía con esmero.
Lo conocí desde niño, ya que era amigo de mi padre, mis abuelos y el resto de la familia, vecinos del local y tuve la suerte de comer diariamente en su local durante años por razones de trabajo. Nunca olvidaré el cariño y el mimo con el que me preparaba mi plato favorito, ‘El Paquito’ como él lo llamaba, una selección de mariscos, coronada con un par de ostras, que nos encantaban a ambos.
Nacido en el seno de una familia profundamente ligada al mundo de las tascas, Mariano fue la tercera generación al frente de este establecimiento, que comenzó con su abuelo, Manuel Iniesta Monserrate, en los años iniciales del siglo XX. Desde sus orígenes como una modesta tasca con suelo de tierra hasta su transformación en un lugar icónico de reunión, Mariano supo mantener viva la esencia de aquel rincón castizo mientras adaptaba su oferta a los nuevos tiempos. Su taberna no solo era un sitio donde disfrutar de platos tradicionales murcianos como la melsa, que le preparaba mi padre Andrés en el Horno de Carlos de la calle Cadenas, las tortillas de habas, el atún de ijá o las patatas asadas, sino también un espacio donde la diversidad de personas convergía bajo el mismo techo, compartiendo risas, historias y debates apasionados.
A pesar de haber cumplido 76 años, Mariano nunca quiso retirarse. Seguía al pie del cañón, compartiendo copas con los clientes y zanjando discusiones con sus sentencias cargadas de humor y sabiduría popular: “El que nace pa’ burro no llega a caballo”. Era habitual verlo con un cigarrillo en la boca, incumpliendo normas modernas pero respetado por todos, porque en su local las reglas eran las de la casa, explican los redactores de sus obituarios. Su mujer, Santi, y su hijo Manolo, quien también trabajaba a su lado, intentaban contener su afán de compartir momentos con los parroquianos, aunque sabían que esa era su esencia.
La Taberna del Tío Sentao no solo fue un lugar de encuentro culinario, sino también cultural. Allí nació la Peña Decana de Murcia, la Peña de la Panocha, que semanalmente reunía a amigos para hablar de proyectos, compartir canciones y celebrar la vida. Entre jotas, malagueñas y parrandas, Mariano observaba desde la barra cómo su taberna se convertía en un hemiciclo de diálogo y convivencia, un espacio donde la diversidad encontraba armonía.
Mariano era consciente del cambio de época y solía decir, con cierta melancolía, que el futuro de las tascas estaba destinado a ser ocupado por pizzas y hamburguesas. Sin embargo, su legado perdurará en cada rincón de ese lugar mágico, en cada conversación que ahí se celebre y en cada brindis que se eleve en su memoria. Como solía decir su abuelo, y él repetía con orgullo:
«Bebamos, pues».
Descansa en paz, querido Mariano. Tu ciudad nunca te olvidará.
Emilio Morales, amigo de Mariano y miembro del ‘Templo del fútbol’, una peña de 14 amigos que se reúne en El Tío Sentao a ver los partidos, le ha dedicado este pequeño pero emocionado artículo en La Opinión.
Así era Mariano
Por Emilio Morales
«Ese, ¡es más cabrón que San Marcos!». Si Mariano Iniesta, El Tío Sentao, te dedicaba este ‘piropo’, quería decir que te estimaba y a que quien dedicara semejante frase era un ser querido, aceptado e indiscutiblemente parte del Tío Sentao.
Así era Mariano, que ha fallecido este lunes, divertido muy, muy, muy trabajador, pero, sobre todo, amigo de sus amigos que se pueden contar por decenas: Toreros, futbolistas, cantaores, tunos, militares, policías, curas, artistas… La fauna de la taberna es inclasificable, ricos, pobres, folloneros…
Todo el mundo tenía lugar y cabida en la ‘última taberna’, paraíso de bebedores, de bromistas, de aficionados al fútbol teníamos en su interior lo que mi buen amigo Alfredo Couto llamó en cierta ocasión ‘El templo del fútbol’, pues viendo un partido Madrid-Barça y con el local repleto se quedó sorprendido que todo eran risas y comentarios de unos contra otros, sin un mal gesto de nadie.
Eso era Mariano, la unión entre gentes de toda estirpe y condición. Un alma buena y generosa capaz de aguantar a la media humanidad que ha pasado por su taberna. Nos ha dejado huérfanos y sin rumbo y somos muchos quienes lo añoraremos, pues gente tan capaz y tan leal no abundan. Santi, Manolo y Tomás, su mujer e hijos, más sus nietos y un biznieto, tienen que saber y saben de sobra que a Mariano Iniesta, el último tabernero de Murcia, hay mucha gente que lo quería.
– ¡No ves mi copa vacía, echa vino tabernero!
Muere Mariano Iniesta, el último ‘Tío Sentao’
Era la tercera generación al frente de una de las pocas tascas históricas que quedan en Murcia
Por Pachi Larrosa
Ha muerto Mariano Iniesta, el ‘Tío Sentao’, uno de los últimos taberneros murcianos de los de antes, representante de la tercera generación al frente de esta popular tasca -en sus orígenes- con 85 años a la espalda. Y es que Mariano, con sus 76 primaveras aún seguía al pie del cañón. Nunca quiso jubilarse. El establecimiento -construido ‘ex novo’ sobre la original taberna que inauguró su abuelo, Manuel Iniesta, junto a la fachada donde se abre la entrada principal del monasterio de las Agustinas, en San Antón, era él. De carácter peculiar, chocante para quienes no lo conocían, conversador y cercano para los habituales, de ‘sentao’ tenía poco, porque era habitual verlo alternar con sus chatos de vino con los clientes de confianza. «Mariano, por favor, no bebas con los clientes», le reconvenía a veces Santi, su mujer. «Está bebiendo todo el mundo, no voy a beber yo», respondía.
La Taberna del Tío Sentao es una de esas tascas históricas que aún resisten a estos tiempos precipitados y convulsos. El ‘tio Sentao’ fue Manuel Iniesta Monserrate, el abuelo, que la regentó en aquellos primeros tiempos en los que tenía un suelo de tierra. Y lo de ‘El tío sentao’ es el alias mejor puesto de la historia. Porque don Manuel, pues eso, estaba siempre ‘sentao’. Hasta tal punto que te tenías que servir tú mismo. En un delicioso librito publicado en 1970 por el periodista García Martínez y el pintor Muñoz Barberán titulado ‘Tabernas de Murcia’, hay un extenso y curisíosimo diálogo con don Manuel: «Y el Tío Sentao, desde su patriarcal sillón (…) sirve a la clientela: ‘Yo he trabajao mucho aunque me esté mal decirlo, y estoy más cómodo sentao’». Pues eso. El caso es que, gastronómicamente hablando, la taberna es un viaje en el tiempo. «Tortillas de habas, atún de ijá, bacalao frito, potaje de garbanzos, arroces, asados -de codillo, de, migas si llueve, a veces de lechón entero, de cordero, zarangollo, magra con tomate…» escribía García Martínez en 1976. Y más de cincuenta años después, la cocina es la misma, pura Murcia… con el añadido de los mariscos. Hoy la clientela seguía matando por sus patatas asadas.
Con su impenitente cigarrillo en la boca -sí, dentro del local, lo que a nadie extrañaba- Mariano se sentaba con los clientes con los correspondientes chatos de vino de barril para hablar de lo divino y lo humano y, si acaso saltaba alguna discusión, la aplacaba con otra de sus sentencias que provocaba las risas de la parroquia: «El que nace pa’ burro no llega a caballo». En el restaurante quedan Santi, su mujer, y Manolo, su hijo, que también trabaja allí. El propio Mariano, una eminencia en el conocimiento de la historia de las tascas y ventorros de la vieja Murcia, veía claro el futo: «Esto termina siendo pizzas y hamburguesas».
«Bebamos», decía Mariano cuando se sentaba con un cliente dispuesto a la charla. Una frase heredada de su abuelo, Don Manuel, que iniciaba siempre sus parlamentos con un «bebamos, pues». Pues eso, bebamos, en su memoria.
Homenaje al último Tabernero de Murcia
Un tributo a Mariano Iniesta Bolarín
Por Carlos Valcárcel Siso
Fueron muchos los años de amistad que nos unían, vividos en paralelo con las entrañables intersecciones que toda buena amistad procura. Tu padre, Manolo, heredó de tu abuelo, Mariano, la Taberna del Tío Sentao. Aquella taberna que, en tu niñez, fue tu hogar y que en tu madurez se convirtió en tu lugar de trabajo y, siempre, un faro de luz en el corazón de un barrio castizo al que diste prestancia y carácter. Prácticamente toda tu vida estuvo ligada a esas paredes –universo vital– llenas de historia y de historias; a esas mesas donde la vida se comparte con socarronería, buen hacer y, en ocasiones, áspera amabilidad, siempre plena de bonhomía.
Tu capacidad de diálogo y tu habilidad -o, mejor, virtud- para practicar dos de las más nobles bienaventuranzas –dar de comer al hambriento y de beber al sediento– te hicieron un ser único, irrepetible e insustituible. En tu Taberna, que era mucho más que un lugar de reunión gastronómica, convivían las más diversas clases de personas que uno pueda imaginar: obreros, sindicalistas, propietarios, parados, escritores, juristas, clérigos, profesionales liberales, músicos, gente de derechas y de izquierdas, del Madrid y del Madrid -pues todo el mundo es del Madrid, aunque no lo sepa-, folcloristas, vecinos o extraños y miembros de toda clase y condición a los que, tras pasar el umbral que separa la realidad de la calle del romanticismo de la barra de la Taberna, tras la que siempre te encontrabas, saludabas de tal forma que todos ellos, desembarazándose de su particular idiosincrasia, quedaban igualados, sin distinción de clase alguna, para disfrutar del encanto de unas horas de asueto. Un ejemplar hemiciclo donde la diversidad encontraba un espacio para compartir, dialogar y construir, bajo tu batuta.
Con maestría y dedicación, gobernabas cada rincón de ese lugar mágico. Tu capacidad para aglutinar y convocar a personas de gustos y procedencias tan diversas era sorprendentemente extraordinaria. En tu Taberna se fundó la Peña Decana de las de Murcia, la Peña de la Panocha, que cada martes, al caer la tarde, se reunía en aquellas habitaciones antiguas, distribuidas con el sabor arquitectónico de un patio de vecinos, en las que aún resuenan, a poco que se intente escuchar, los ecos de jotas, malagueñas y parrandas. Y las voces de mi padre, Antón Castañer, Miguel Navarro, Luis Campillo y mi compadre, Sánchez Carrillo, y otras muchas más de inolvidables amigos. Entre vasos de vino y tapas emblemáticas –lengua, melsa, atún de ijá con habas tiernas, michirones y patatas cocidas– se gestaban proyectos que luego se convertirían en espléndidas realidades, reflejando el espíritu comunitario que tú cultivaste aparentando como que no te dabas cuenta.
Siempre te recordaremos como el último tabernero de una ciudad a la que imprimías ese carácter de lo antiguo, de lo consuetudinario, de lo solemne y, a la vez, de lo natural y sencillo. Murcia ya no será la misma sin ti, Mariano. Aunque no frecuenté la taberna tanto como hubiera deseado, saber que estabas al frente de ella me proporcionaba el confort de quien sabe que todo estaba en orden en una Murcia deliciosamente provinciana. La última vez que nos vimos fue en Navidades; nos felicitamos las pascuas y brindamos por nuestra vieja amistad y la salud de nuestras familias. Esa imagen tuya, con un vaso de vino en la mano y saludando a la vida con la otra, permanecerá viva en mi memoria. Echamos una espuela -quizás varias- sin tener la consciencia de que sería la última.
No nos queda más que el consuelo de tenerte presente en la mirada de Fuensanta, tu compañera, quien codo a codo y hombro a hombro, te acompañó en la aventura de la vida. También en la mirada de tus hijos, Manolo y Tomás , que han sido tu razón de ser y el reflejo de todo lo que construiste.
Mariano, tu legado vivirá en cada rincón de esa taberna, en cada conversación y en cada espuela que tomemos en tu memoria. Te vamos a echar mucho de menos, pero siempre estarás con nosotros, en el espíritu de la vida compartida que nos enseñaste a valorar y a disfrutar.
Bebamos, pues .
Descansa en paz, querido amigo mío.

Un abrazo fuerte, Mariano
Era el tercer sucesor de la saga de los ‘tíos sentaos’ al frente de una de esas tabernas murcianas, ya la única que quedaba, que se negaban a modernizarse
Por Ángel Montiel
El Tío Sentao es, para una cierta pandilla a la que pertenezco, el Templo del Fútbol. Un lugar de quedada para asistir a los triunfos del Barça o, en su defecto, a la injusta actuación de los árbitros contra el Barça, criterio establecido por el coordinador del chat que nos convoca. Ante la amenaza implícita de ser excluidos del listado de los exquisitos si no acatamos la norma principal (el Barça y Negreira siempre tienen razón) solo cabía refugiarse en la complicidad del anfitrión, Mariano, cuyo sabio consejo solía ser: «Dejadlo, si él es así».
Mariano, que nos dejó ayer, era el tercer sucesor de la saga de los ‘tíos sentaos’ al frente de una de esas tabernas murcianas, ya la única que quedaba, que se negaban a modernizarse y, en ese proceso de resistencia, de pronto resurgía solo para iniciados como la más molona, una vez que iban caducando las modas. Para ser el vigente ‘tío sentao’, Mariano siempre estaba de pie, transitando de una mesa a otra y llevando en procesión su chupito de vino, que te dejaba en depósito si era reclamado para atender algún servicio. Si alguna rara vez te lo encontrabas por la calle no lo reconocías, pues su hábitat natural a todas horas eran la barra y las mesas de su establecimiento.
—Mariano, tienes casa en la playa. ¿Por qué no te vas allí unos días, y descansas?
—Yo en la playa me aburro. Aquí estoy muy bien.
El secreto de El Tío Sentado pertenecía a Santi, su mujer, que maniobraba con arte supremo en la cocina y que alguna vez nos pedía, antes de subir a casa: «No me lo entretengáis mucho». Porque algunos de los mejores momentos de Mariano eran cuando cerraba las puertas y la noche se prolongaba entre artistas, forofistas futboleros, periodistas que llegaban del cierre, jubilados polemistas y folloneros profesionales. Uno se daba cuenta desde ese núcleo duro de que Mariano venía de muy lejos y tenía historias que contar de otras generaciones que habían acudido a su nido. Era enormemente cariñoso, tanto que pretendía disimularlo saludándote siempre con una palabra que en otro habría sonado a insulto. Era tan buena persona…