Más de treinta comensales —entre ellos rostros destacados de la hostelería regional— disfrutaron de un viaje sensorial al corazón de los Apeninos, con menú de Francesco D’Amico, maridaje de Mássimo Ceccherini y el eco del Adriático en cada bocado
El miércoles 26 de noviembre, cuando el reloj marcaba las ocho y media de la noche, el restaurante La Mariposa de Fran en Murcia dejó de ser un local para convertirse en una trattoria efímera, anclada entre los montes de los Apeninos y la brisa del mar Adriático.

Bajo la dirección del empresario y experto en enología italiana Mássimo Ceccherini, y con el respaldo institucional del Instituto Italiano de Cultura de Barcelona y del Consulado General de Italia en Barcelona, se celebró una cena íntima y de autor en homenaje a Abruzzo —región hermana de Murcia por geografía, temperamento y filosofía culinaria.
LasGastrocronicas.com asistió al evento para realizar esta amplia galería fotográfica:
Alrededor de una treintena de invitados tomaron asiento en una sala cálida, envuelta en aromas de romero, leña y uva montañesa, dispuestos a dejarse guiar por un recorrido sensorial diseñado como un acto de devoción hacia lo rústico, lo auténtico y lo profundamente humano. Al frente de los fogones estuvo Francesco D’Amico, chef calabrés afincado en Murcia, quien, con la colaboración de su esposa Miriam y la coordinación precisa de Ceccherini, desplegó un menú que fue tanto homenaje como declaración de principios.
La velada comenzó con una tabla de salumi y quesos artesanos, piezas curadas con el viento de altura y el tiempo prudente de los pastores abruzzeses. Cada corte —prosciutto, lonza, pecorino stagionato, acompañado de deliciosos pistachos pelados— fue presentado con una prosa casi poética por Ceccherini, quien, copa en mano, introdujo el primer vino: un Trebbiano d’Abruzzo, fresco, floral y con una ligera salinidad que evocaba, según sus palabras, “el susurro del mar entre las rocas”.

Siguió el plato que despertó más admiración entre los comensales: los spaghetti alla chitarra, elaborados en directo horas antes, cortados con el tradicional instrumento de madera y cuerdas que les otorga su rugosidad característica. Bañados en una salsa de carne lenta, enriquecida con hierbas silvestres —romero, mejorana, tomillo de monte—, la pasta se adhirió al paladar con una textura que recordaba a las cocinas de piedra de los pueblos del interior.

El momento culminante llegó con los arrosticini: brochetas de cordero lechal, asadas sobre brasas vivas frente a los comensales, en un ritual que rememoraba las noches de los pastori abruzzesi junto al fuego. El aroma a grasa tostada y humo se extendió por la sala, y más de una mirada se perdió, por unos segundos, en la danza de las llamas.

Para cerrar, llegó el parrozzo —bizcocho de chocolate con forma de pan de centeno, creado en los años veinte como tributo lírico a la tierra—, acompañado del segundo vino: un Montepulciano d’Abruzzo, tinto carnoso y envolvente, descrito por Ceccherini como “un vino que no se bebe: se escucha”, por su profundidad narrativa y su eco montañés.

Entre los asistentes destacó la presencia de José María Rubiales, reconocido hostelero y gerente de los establecimientos El Parlamento Andaluz, quien, al término de la cena, elogió la coherencia del menú: “No es solo técnica. Aquí hay memoria. Y eso, en gastronomía, es más raro que un buen Montepulciano joven”.

Tras los postres y el café, Ceccherini ofreció a los comensales un brindis con Amaro, licor digestivo de hierbas amargas y cítricas, como colofón a una experiencia que buscaba —y lograba— no solo alimentar, sino conmover.
La velada en Murcia no fue aislada: simultáneamente, otros restaurantes españoles adscritos a la X Semana de la Cocina Italiana en el Mundo replicaron propuestas similares, en un gesto de diplomacia cultural que trascendió lo culinario. Pero en La Mariposa de Fran, el espíritu abruzzés no se limitó a la mesa: se hizo presente en las risas compartidas, en las conversaciones que se alargaron más allá de lo previsto y en ese silencio cómplice que, tras el primer bocado de arrosticini, recorrió la sala como un voto de gratitud.

Con apenas 40 euros por cabeza —incluyendo maridaje completo, café y licores—, la propuesta resultó no solo accesible, sino profundamente generosa: generosa en sabores, en intención y en ese convencimiento, cada vez más arraigado en Murcia, de que no siempre hay que cruzar el mar para sentirse, por una noche, en casa… in Italia.






















