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GASTROCRONICAS

Sabores y ritmos llenan el Jardín de La Seda en el Food Festival Salzillo

El periodista de la 7 TV, Luis Alcazar, fue el pregonero de las fiestas de San Antón 2025. Aquí reproducimos el pregón completo.


 

Murcia celebra tres días de gastronomía internacional, música en directo y actividades familiares en honor a San Antón en su castizo barrio


 

El Jardín de La Seda de Murcia fue el escenario principal del Food Festival Salzillo, una vibrante celebración gastronómica y cultural que, desde el pasado viernes 10 hasta este domingo 12 de enero, reunió a centenares de asistentes en el marco de las Fiestas de San Antón.

La inauguración del festival el viernes por la tarde marcó el inicio de un fin de semana lleno de actividades. Los puestos de comida, con opciones que iban desde recetas tradicionales murcianas hasta propuestas internacionales innovadoras, ofrecieron un festín culinario para todos los gustos. Las food trucks y los tenderetes atrajeron tanto a los amantes de la gastronomía del mundo como a los curiosos que deseaban explorar nuevos sabores.

LasGastrocronicas.com asistió en la noche del pasado sábado al Festival para realizar esta galería fotográfica:

La música fue otro de los pilares del festival. Grupos locales y nacionales, como Tocadiscos y Calle del Ritmo, se alternaron con sesiones de DJs, que mantuvieron el ambiente animado hasta la medianoche del viernes y sábado. El domingo, con un horario más familiar, se ofrecieron espectáculos hasta las 22:00 horas, dejando espacio para la participación de la Cuadrilla Salzillo-San Antón, que aportó un toque tradicional y folclórico.



El sábado, los niños se convirtieron en protagonistas con talleres organizados en la Plaza Abderramán II, donde aprendieron sobre la fundación de Murcia en su 1.200 aniversario. Además, las actividades artesanales y los puntos de fotografía, como el fotomatón y el photocall, añadieron un componente lúdico que hizo las delicias de los asistentes de todas las edades.

El domingo, como cierre del festival, destacó la Marcha Solidaria en Familia, cuya salida desde la Ermita de San Antonio Abad congregó a vecinos, mascotas y visitantes en un recorrido por las calles del barrio. El evento, organizado en colaboración con la Asociación de Familiares de Niños con Cáncer de la Región de Murcia, puso un broche solidario a un fin de semana lleno de diversión y sabor.

El Food Festival Salzillo no solo celebró la festividad de San Antón, sino que también se consolidó como un espacio de convivencia que une tradición y modernidad, con una oferta capaz de satisfacer a públicos de todas las edades. Con la riqueza cultural y culinaria de Murcia como telón de fondo, el evento se despidió dejando en el aire la expectativa de su próxima edición.

Luis Alcázar, junto a miembros de la Asociación de Vecinos Nuevo San Antón y el presidente de la Junta Municipal del Distrito Norte. Foto: OR

Luis Alcázar hace un viaje nostálgico por el murciano barrio de San Antón en un pregón lleno de anécdotas y vivencias personales

El periodista de Onda Regional es el pregonero de las fiestas patronales de 2025, que cuentan con actividades hasta el domingo 19 de enero


 

Luis Alcázar hizo un viaje nostálgico por el murciano barrio de San Antón en un pregón lleno de anécdotas y vivencias personales, según publica Onda Regional en su página web.

La ermita de San Antón, en Murcia, ha acogido el pregón de las fiestas patronales del barrio. Este año, el pregonero es Luis Alcázar, periodista de Onda Regional. Su texto está lleno de nostalgia y vivencias personales. Es un discurso de memorias y anécdotas, un viaje a 1984 y un repaso a las calles, gentes y rincones que moldearon su infancia y juventud. A continuación, el pregón completo:

«Muy buenas noches. Autoridades, vecinos, familiares y amigos. Muchísimas gracias a todos por la asistencia. Espero que en los próximos minutos puedan pasar un rato tan agradable como los que yo he pasado estas últimas semanas recordando mis vivencias en nuestro querido barrio de San Antón. Mi idea con este pregón es muy sencilla: mi propósito es compartir algunos recuerdos con ustedes. Recuerdos míos que puede que les despierten recuerdos suyos.

Tres etapas de mi vida las he pasado aquí. La última es la actual. Aunque debo hacer una confesión: técnicamente, el edificio en el que vivo desde el año 2011 pertenece a San Miguel. Justo en mi edificio de la plaza Díez de Revenga comienza el barrio de San Miguel. Pero mi barrio es este, mi barrio es San Antón. Así lo siento. Sólo hay que verme salir de casa: cuando lo hago, no tiendo a ir hacia la izquierda, cuando salgo de casa me dirijo de manera automática hacia la derecha, hacia el jardín del Salitre… Desde el pasado mes de noviembre tengo la suerte de trabajar de nuevo en Onda Regional, así que cada día recorro el barrio hasta el final de la calle de la Olma para trabajar en la radio.

El barrio de San Antón inicia sus fiestas con gastronomía, música y el 1.200 Aniversario de la Fundación de Murcia.

Bien, ¿y qué puedo aportar yo a un pregón como el de las fiestas de mi barrio? Pues, básicamente, recuerdos. Comenzando por el principio, comenzando por la primera vez que estos ojos míos miraron arriba y abajo, a derecha e izquierda esta zona de la ciudad. Fue el 30 de junio de 1984. Sábado. Sé el día exacto gracias a la sobresaliente memoria de mi madre. Yo tenía 8 años. Faltaban 18 días para que cumpliera los 9. Iba en la parte de atrás del coche de mis padres, entramos por la plaza Díez de Revenga. Y lo que me llamó la atención de la calle Isaac Albéniz fue, primero, que no estaba asfaltada. Tierra dura con polvo, con zanjas en las que se veían tuberías. Segundo, a mi izquierda, un muro alto y largo, el muro que perimetraba la superficie enorme del conjunto de la Fábrica de la Pólvora. Y yo iba pensando: «¿Pero dónde nos venimos a vivir? ¡Menudo cambio (a peor) vamos a hacer!». Lo del cambio es porque hasta ese momento habíamos vivido en Cehegín, antes en Mula y antes en Granada. Mi padre pertenecía al Cuerpo Jurídico Militar y mi madre era profesora. Nos íbamos estableciendo donde mejor consideraban. Hasta que decidieron comprar un piso en la calle Isaac Albéniz. Pues imagínenme en el asiento trasero del Renault 12, mi madre conduciendo, mi padre al lado y mis dos hermanas detrás, conmigo. Elena tenía tres años y Fuensanta uno y medio. Luego, en el 87 nacería mi otra hermana, Martina. Pudimos acceder al aparcamiento subterráneo del edificio, subimos al piso y cuando salí al balcón, me encontré con lo que hoy es la plaza del Rocío, pero que en ese momento eran las ruinas de una fábrica. O al menos a mí me parecieron eso, los escombros de una fábrica. Total, que entre esa imagen de los cascotes de una fábrica y la imagen de la calle sin asfaltar y llena de zanjas que parecían trincheras, la primera impresión que tuve de nuestro barrio en junio de 1984 fue realmente desconcertante.

Pero es que a esto hay que añadir la imagen de la iglesia del padre Joseíco. En el 84, lo que hoy es la parroquia de San Francisco Javier-San Antón estaba en construcción, su promotor fue José Martínez Aparicio, el padre Joseíco. Y lo que yo vi desde mi balcón de un sexto piso al girar la cabeza a la derecha fue una estructura muy rara, ladrillos naranjas, techos, bóvedas y arcos a medio hacer, aberturas en el muro… Seguro que lo recuerdan. Esos son mis primeros recuerdos.

De todas maneras, aunque quedaba mucho por hacer para que estuviera terminada, en la parroquia ya había actividad, ya se daba misa. El padre Joseíco había venido de Cartagena, de La Palma concretamente. Lo recuerdo con una voz algo entrecortada, con los temblores del párkinson. Lo recuerdo bien porque fui monaguillo suyo después del verano. Después de ese verano del 84 ya comencé el curso escolar en Murcia. Una tarde, mis padres vieron que el padre Joseíco estaba en la puerta de la iglesia, se le acercaron, le preguntaron si necesitaba un monaguillo y él les contestó que sí, me dijo que fuera al día siguiente, que iba a debutar en un bautizo. Y en un bautizo debuté como monaguillo. Y vino después el padrino a la sacristía y me dio unos duros de propina. Los bautizos del padre Joseíco, por cierto, eran un día importante para los familiares del bebé, pero al mismo tiempo eran motivo de cierta preocupación para todos durante unos segundos. Eran esos segundos en los que el padre Joseíco agarraba al bebé recién bautizado, lo sujetaba, lo subía, lo mostraba y decía su nombre. Y todo ello, con los temblores del párkinson, pobrecillo. El padre Joseíco bautizó a la menor de mis tres hermanas. Y, claro, al decir: «¡¡¡Esta es Martina!!!», con aquella tembladera, pues hubo inquietud, es que había intranquilidad por si se le caía… Eran unos segundos en los que todo el mundo sonreía como si no pasara nada, pero la preocupación iba por dentro… Lo recuerdo como una persona entrañable, cercana, popular, carismática porque tenía don de gentes, y en ese ciclomotor en el que se desplazó durante un tiempo… ¿Se acuerdan ustedes? Qué imagen aquella la de aquel hombre con la sotana en una motico… Inolvidable el padre Joseíco.

Pero hablar de la parroquia de San Francisco Javier-San Antón es hablar también de la pirotecnia. Los sustos a la hora de la siesta. El sobresalto por los cohetes y las tracas cuando terminaba una boda, una comunión o un bautizo. Creo que ahí comenzó mi, digamos, poca amistad con el ruido impuesto e imprevisto, en particular con el de los fuegos artificiales…

Y hablar de la parroquia me lleva, por proximidad, a hablar de mi colegio. El Federico de Arce se llamaba entonces García Alix. Mi primer curso fue 4º de EGB. Mi primer maestro se llamaba Pascual. Don Pascual. A los maestros les poníamos el «don» delante y a las maestras el «doña». Don Pascual tenía el pelo blanco, se lo dejaba largo a veces. Venía en bicicleta. En los tobillos se abrochaba unas correas de reloj a modo de salvapantalones. En el García Alix había entonces dos pabellones de aulas y una pista polideportiva. Cuarenta años. Se dice pronto. Cuarenta años han pasado de aquel curso 84/85. Y aquí estamos. Aquí seguimos. Hoy día mantengo el contacto con algunos de los que fueron mis compañeros. Mis primeros amores son de esa época… Y los primeros besos. El director era Federico de Arce. Don Federico también me dio clase. Era una época en la que los maestros podían fumar en clase, y así lo recuerdo, dando clase con un cigarrillo que dejaba encendido en un cenicero sobre la mesa. Don Federico falleció un tiempo después, en enero de 1997. En su memoria, el colegio lleva su nombre, Federico de Arce. Y casualidades de la vida, en la actualidad, el director del colegio es Rubén Escavy. Rubén y yo fuimos compañeros de clase desde ese curso 84/85, somos amigos desde entonces. Los dos tuvimos como maestro a don Federico. Y a otros maestros más. Por ejemplo, a don José. José Castaño, Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Don José había sido condenado a 30 años de cárcel en la dictadura de Franco, por razones ideológicas. Cumplió dos. No se le permitió dar clase hasta que llegó la democracia. Se jubiló en 1984, pero siguió como profesor voluntario. A mí me dio Lengua y parte de mi amor por la Lengua Española se lo debo a él. El colegio que se construyó después junto al jardín de La Seda lleva su nombre, Colegio Maestro José Castaño. Me acuerdo perfectamente de más maestros: doña Lucía, don Antonio Balanza, don José María… Y de uno en especial porque fue mi tutor y me pareció un docente muy avanzado, muy moderno: se llamaba Bernardo González. Don Bernardo fue después profesor de Secundaria. Pero aquellos años en el García Alix lo recuerdo como una especie de hermano mayor o tío con el que te llevas bien: jugaba con nosotros al fútbol y al balonvolea y nos enseñaba Inglés poniéndonos canciones de Freddie Mercury, de Queen, de The Beatles, de John Lennon, de Elvis Presley o de Europe. Nos daba las letras en inglés y las íbamos siguiendo con él y traduciendo al español.

Por cierto, ahora que menciono a Europe, en aquellos años míos en el colegio nació mi pasión por el heavy rock, por el heavy metal. Con sólo 9 años que yo tenía, me llamó la atención ver a alumnos mayores con el pelo largo, camisetas negras, vaqueros ajustados y bambos blancos, unas zapatillas de la marca J’hayber que eran las reinas del patio. Me llamó la atención la estética, les pregunté por qué iban así, qué eran esos dibujos en las camisetas y fui descubriendo un tipo de música que hoy día me sigue apasionando. Era una época en la que sólo había discos de vinilo y cintas de cassette. ¿Se acuerdan ustedes de las cintas de cassette? Además, esta pasión mía la completaba todos los meses comprándome dos revistas, la Heavy Rock y la Metal Hammer. Y me acuerdo perfectamente de la emoción cuando iba al kiosco y el kiosquero me decía que acababa de recibir el nuevo número de la revista… Y recuerdo que intercambiaba revistas y música con mis amigos. Yo tenía tres tipos de amigos: amigos del edificio, amigos del colegio y amigos de fuera del colegio.

Con dos se dio la circunstancia de que vivían en mi edificio y además iban a mi clase: Alfredo Guillamón Martín y Sergio Alcaraz Gambín. Como en clase pasaban lista en voz alta, nos aprendíamos los dos apellidos de todos. Alfredo, Sergio y yo pasábamos tantas horas juntos que el portero siempre nos decía lo mismo cuando nos veía aparecer: «¡Vaya pareja de tres estáis hechos!»… Eso decía Ángel, el conserje. Otro buen amigo mío de entonces y de después también se llamaba Ángel, Ángel Sánchez García, vivía en el Manú I, hoy es abogado. En el Manú I, ahora que lo menciono, en los apartamentos, residían entrenadores y futbolistas del Real Murcia, que entonces estaba en su mejor momento: entre la temporada 83-84 y la 88-89, el Real Murcia jugó cinco años en Primera División y uno en Segunda. Allí vivían jugadores de fútbol y de baloncesto. Jugadores del Júver de baloncesto. A lo mejor les suena este nombre: Randy Owens. Randy Owens fue el primer jugador profesional norteamericano que vino a Murcia. Llegó en enero del 85. Su llegada fue un verdadero acontecimiento. Randy Owens despertó la pasión por el baloncesto. Era un ídolo. Una tarde estaba yo jugando a la pelota en la acera, se asomó por la ventana, bajó de su apartamento y me regaló una camiseta, un balón, una cinta para la frente y un autógrafo. Sus dos metros y un centímetro de altura me parecieron infinitos. A lo mejor, también lo digo, bajó para que dejara de dar el follón con la pelota debajo de su apartamento. Porque creo que no hay pared de edificio que se librara de que yo le diera pelotazos en esa época. Por darle, hasta le di a la fachada trasera del edificio de Telefónica que tenemos aquí al lado. Esa pared la usé como frontón de tenis…

Como estarán comprobando, este pregón está siendo un relato nostálgico y evocador. Una revisión personal, sobre todo de los años 1984 y 1985. Antes de terminarlo recordando mi primer contacto con las fiestas de San Antón, con las fiestas que hoy comienzan, me gustaría compartir con ustedes algunos otros recuerdos dispersos. Pequeños hechos que forman parte de mi memoria y del presente también. Cosas en las que casi no me había parado a pensar. Justo lo he hecho desde que Sebastián Lorca me llamó en nombre de la Asociación de Vecinos Nuevo San Antón para proponerme hacer el pregón. Por ejemplo:

-Los triángulos de chocolate y crema de una tienda de comestibles que había en Abderramán II. Aquellos triángulos en aquellas bandejas amarillas en las que también había dónuts, cañas y bollicaos. Años después abrió por allí la panadería-pastelería Nicolás. Abrió en 1992. Por cierto, ¡qué amabilidad la de los dos hermanos que atienden!

-La librería-papelería Marpe, que abrió en el 83. Y ahí sigue, aunque ahora la puerta da a Ronda Norte, entonces daba a Abderramán II…

-Otro. La farmacia de Aurora Ripoll, allí también, en Abderramán II. Alguien me contó que en las noches en las que a la farmacia le tocaba estar de guardia, el marido de Aurora se llevaba una escopeta y se subía al altillo por si había que repeler intentos de atraco.

-Los altramuces. Los descubrí en un negocio de comestibles poco iluminado que estaba al salir de la ermita a la izquierda, por esa zona. Atendía un hombre mayor.

-Otro. Telepizza. Cuando este negocio abrió aquí detrás, en la plaza del Rocío, y mi madre o mi padre sugería que pidiéramos unas pizzas, era todo felicidad en casa. Se abría un debate entonces sobre los ingredientes que elegir.

-Más. La Olla y Las recetas de la Abuela. ¡Qué habría sido de mí estos años sin estos dos establecimientos de comidas para llevar!

-Más. Los frutos secos de Kikos. Las pipas que tanto me han acompañado viendo películas y series en mi micropiso.

-Otro. La panadería-confitería Ricardo. ¡Cuántas veces me habrá vencido la tentación de ir a por alguna pieza dulce o salada!

El Pichi. Las empanadillas y el bizcocho…

Está pareciendo un pregón patrocinado, pero no lo es, no lo es…

-Los bares. Algunos ya cerraron. ¡Hay que ver cómo estaba la ensaladilla rusa del Haití! El Haití lo teníamos muy cerca de aquí, en el bajo que ahora ocupa el Señor Pollo. La hueva y mojama de El Secretario, que cerró en 2020. El Bar Anfis, que también cerró y en el que tan buenos ratos pasó mi padre con Eduardo Bello, primer decano de la facultad de Filosofía de la Universidad de Murcia. Eduardo y Encarna, qué buenos vecinos. Alfonso y Tere, también, pared con pared. O Luis Pertusa y María Dolores. O María Jesús. O Adela y Abel, recientemente fallecido. O Antonio y doña Mari Paz. O los padres de Sergio y Alfredo. Qué suerte dar con vecinos así.-Hablaba antes de bares que cerraron. Por suerte, tenemos bares abiertos. Cierro los ojos y me imagino en el Mesón de Pepe. Lleva 35 años abierto, ha tenido dos dueños. Comida murciana buenísima y esos bocadillos espectaculares de jamón ibérico con tocino… O en el Café Bar Mely. 28 años abierto. Comida casera murciana, siempre hay gente de todas las generaciones, siempre buena atención. O en la Terraza la Pólvora. Qué a gusto se está ahí, en pleno jardín del Salitre, con pulpo roquero cuando hace buen tiempo.

-También me veo en el Café de Alba. Las personas que lo gestionan tan bien, ese rincón para actuaciones musicales… Y el asiático que hacen… Y qué buena idea fue abrir al lado el Rincón de Momo.

-Más. La Heladería Suárez. La tarrina de helado de trufa. Qué buena, por favor.

-Dos más: el puesto de churros y gofres de Ramón. Menudas colas se montan. Lógico, y no sólo porque Ramón se lo tome con calma…

-Y un último recuerdo vivo: el olor a galán de noche del parque de La Seda. Hay dos zonas del parque por las que si uno pasa por la noche, la fragancia le embriaga.

Voy terminando. Quiero acabar el pregón recordando mis primeras fiestas de San Antón. Las conocí en enero de 1985. Se cumplen, por lo tanto, cuarenta años de aquella noche de enero en la que mi padre me bajó a dar una vuelta. Mi madre se quedó en el piso con mis hermanas. Mi padre se fue deteniendo en los puestos a curiosear qué tenían. Había cascaruja, frutos secos tostados. Me iba contando historias de su familia, recuerdos que a él venían a la memoria. En uno, compró rollicos y algo dulce, algo caramelizado, almendras garrapiñadas, creo. Y como el mundo es un pañuelo, resulta que ese puesto era de los padres de Javier Ramírez. Javier es un periodista con el que estas semanas he coincidido trabajando en Onda Regional. Me ha contado que su padre empezó como turronero. Y que ponían dos puestos en las fiestas, uno en la calle Isaac Albéniz y otro al salir de la ermita, en la calle San Antón. Cuando acababan las fiestas, trasladaban los puestos a Santa Eulalia. Hoy día, la tradición la mantiene su prima.

En fin, este ha sido un resumido viaje a la infancia con nuestro querido barrio de San Antón como hilo conductor. Podría seguir recordando momentos felices como cuando gané la carrera popular de las fiestas y me entregaron un trofeo enorme, una gran copa. O cuando hoy contemplo a cuatro de mis sobrinos haciendo en el barrio cosas que yo hacía cuando tenía su edad, en particular al mayor, Álvaro, que tiene once años.

Muchísimas gracias por haberme escuchado pacientemente. Pido disculpas por haber hablado mucho de mí. Les animo, os animo a disfrutar de las actividades del programa de fiestas. Si puede ser, no lancen muchos cohetes estos días, en especial el día de la bendición de animales: los animales se asustan mucho, las personas con autismo también.

Parece un poco contradictorio bendecir animales y asustarlos con pirotecnia, ¿no? Bueno, disfruten de las fiestas, disfruten del barrio, procuren que nadie ni nada les amargue la vida. Sigan con la tradición de los panecillos. Enhorabuena a las personas y agrupaciones que este año reciben las distinciones. Y que si Dios quiere, dentro de un año podamos estar asistiendo al pregón de las fiestas de 2026.

¡Viva San Antón!
Muchas gracias».




 


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