Por Pascual Fernández Espín
Hace poco tiempo tuve la suerte de ser invitado a un almuerzo campestre en una pequeña finca de un amigo. La finca, que tiene de todo, pero no tanto como para poder mantenerse de ella. Después de almorzar generosamente alrededor de la lumbre, todo ello regado de un buen vino con denominación de origen búllense, me llamó poderosamente la atención una pequeña parcela, de apenas mil metros cuadrados, de un color violeta intenso que, paradójicamente, después de la gélida noche anterior, desafiando al frío de la mañana, un intenso color violeta generaba una bellísima estampa a ras de tierra. Ni hizo falta preguntar, al ver mi cara de póker con malas cartas, mi amigo, dándole vuelta a una ronda de panceta y chorizos argentinos que había en la parrilla, después de darle brío a la bota del vino y enjuagarse el paladar, supongo que para soltar la docta clase de sabiduría popular con la que me tiene acostumbrados, me dijo:
—Es azafrán. Ese manto violeta que resalta entre la luminosidad de la mañana, es la rosa del azafrán, Lo suyo hubiera sido recolectar las flores antes de que el temprano sol degrade su calidad, pero ya se sabe, entre la conversación, el almuerzo y el vino, mira la hora que se nos está haciendo. Después habrá que adelantar la faena. Cuando demos cuenta de las viandas y tengamos el cuerpo agradecido, —dijo, limpiándose con la bocamanga el brillo colorado que le caía por la comisura de los labios— procederemos a recolectar todas las rosas del azafrán que hay esta mañana. Durante una semana todos los días hay que recolectarlas, ¿sabes? Si quieres vivir una experiencia única, ya sabes, hoy puedes ayudar en su recolección y después procederemos a extraerle los pelos del interior de las rosas.
Harto de almorzar, con la euforia que suele dar el condumio procedente de las brasas, ya digo, con sus “olivicas” y buen vino, no tardé en ofrecerme voluntario con sonrisa franciscana. No sé si lo sabrán ustedes, pero como diría Camilo José Cela, después de llenar la andorga las personas suelen ser más agradecida, más sonriente; incluso más capaces.
Para aquellos/as que piensan que la rosa del azafrán es solo una zarzuela adaptada de la comedia de Félix Lope de Vega, El perro del hortelano, con música de Jacinto Guerrero, les tengo que aclarar que están equivocado. Equivocados a medias, pero equivocados al fin y al cabo. Y digo a media porque, la verdad, cada rosa del azafrán es un espectáculo irrepetible, un bello soneto Shakesperiano de lo más profundo, pero amigos y amigas, a la hora de la verdad, lejos de cualquier lirismo al uso, la rosa del azafrán no crece a la altura del pecho, ni a una altura que pudiera recolectarse sin doblar la bisagra. Que diría mi amigo. Es decir: sin agacharse, las encapsuladas flores lilas que parecen manar entre una multitud de hojas lineales de apenas quince centímetros, están hondísimas, allá abajo, a la altura de los pies, y al darles la luz de la mañana estas abren sus pétalos violetas entre espaltos verdes como un mosaico de bella ilustración. Lo malo de ello es que para recolectar las rosas del azafrán apenas hay maquinaria, y la que hay solo es rentable en grandes extensiones, obviamente la de mi amigo no lo es, y todo se hace con el lomo agachado.
Apenas había transcurrido media hora de estar recolectando rosas de azafrán una a una, entresacándola entre un enjambre de espaltos verdes, cuando a más de uno, sobre todo a un servidor, aunque fuese bien almorzado y mejor bebido, comenzaron a chirriarme los riñones como una bisagra mal engrasada. A las dos horas estaba para el arrastre. Menos mal que la tarea de extraer los pelos del azafrán se hace más llevadera; lenta, pero más amable al riñón al estar sentado frente a un montón de rosas, sacando de sus tripas la hebra del azafrán de una a una.
Para ilustrar la tarea aclararemos que en el interior de cada flor de pétalos violetas nacen tres estambres amarillos y tres estigmas rojizos. Extraer los estambres rojizos uno a uno con la punta de los dedos es el objetivo. Otra pesadísima faena de varias horas para extraer apenas unos gramos. Hay que aclarar que para recolectar un kilo de pistilos de azafrán se necesitan unos 40.000 bulbos y más de 150.000 flores, y mucha, mucha mano de obra, de ahí que su precio oscile entre los diez mil y dieciocho mil euros el kilo. Han leído bien. Por algo le llama el oro rojo.
El azafrán es uno de los cultivos más antiguos de la humanidad, se remonta a tres mil años a tenor de la información transmitida en legajos e historiadores/as de los que utilizan el estudio, el análisis y la investigación como ciencia y disciplina académica. En épocas más contemporáneas, o sea, hoy mismo, la hebra del azafrán es utiliza como condimento de alto «standing», pero antiguamente, además de condimentación, se utilizaba como fragancia, tinte y fármaco contra algunas enfermedades.
A titulo de resumen les puedo decir que en gastronomía el azafrán de pelo es un condimento de altísimo valor utilizado por restauradores de varias estrellas Michelin especialmente para sus guisos con carne o alguna variedad de arroces.
Y a título de sinopsis sobre el día de marras en el campo, el almuerzo y la recolección de la rosa del azafrán, puede decirse sin tapujo alguno que fue una experiencia agridulce, pero única en sus dos vertientes; una, la positiva, por su recia gastronomía y buen vino a pie de brasa, la otra, menos bucólica y más real, el fuerte dolor de riñones que arrastré durante unos días.
Recomendación de cosecha propia: si alguien le invita a recolectar la rosa del azafrán, aunque solo sea para contarlo o vivir la experiencia, no lo dude, si bien, si a primera vista mi prueba fue positiva, pero usted huya como gato escaldado, porque un servidor, caso de que se repita la jugada en años venideros, lo tendré en cuenta, y bastante tiempo antes me preparare físicamente como si fuese a competir en unas olimpiadas.
Pascual Fernández Espín es escritor y tertuliano en radio y televisión
“Y después, ¿Qué?”
La última obra de Pascual Fernández Espín, “Y después, ¿Qué?” todavía tiene el calor de lo novedoso, y es que tan solo hace mes y medio que vio la luz por primera vez, eligiendo para su bautizo el resonante marco de la Feria del Libro de Murcia. Poco después, también en la ciudad del Mediterráneo, en el Museo de la Ciudad de Murcia, nuevamente fue presentada al público con gran éxito; luego, en compromiso consigo mismo, extendería la presentación al lugar que le vio nacer, Bullas, con un nuevo éxito en su haber.
Actualmente, y de cara a la Navidad, ha preferido detener un poco la vorágine que todo lanzamiento de una obra literaria conlleva hasta final de Enero, donde tiene comprometidas otras tantas presentaciones en diverso puntos de España. Y es que este prolifero escritor murciano, con once obras ya publicadas, cuando se le pregunta cómo se las ha arreglado para tener tan amplia bibliografía en su acervo, al que había que añadirle casi un millar de artículo de actualidad e investigación publicados en prensa, contesta sin grandes aspavientos que las historias que utiliza para sus guiones le salen al paso, él solamente se niega a dejarlas marchar.
Lo apunta todo, luego tamiza lo almacenado para finalmente convertir en un artículo o una historia todo aquello que lo rodea. Y en el caso de la obra: “Y después, ¿Qué?” no fue solo una historia la que llegó, dice, fueron varias historias reales de personas que después de serlo todo en la vida pasaron a ser NADA, solo presos o presas de la enfermedad del olvido. Una cruel enfermedad capaz de abandonarte en el campo árido de la desmemoria sin dolor alguno, ya que el Alzheimer, no duele, pero mata.
Esta es la historia de Penélope, una valiente y hermosa mujer de fuerte personalidad que cuando de diagnosticaron el mal que le acosaba, en vez de hundirse en la depresión y el aislamiento social, fue capaz de rebelarse contra la propia enfermedad. Gritar con todas sus energías tratando de rememorar tiempos anteriores, cuando la vida le sonreía y fue tremendamente feliz junto a Mario. Su pareja de viaje por la vida. De esta manera, lo que a primera vista podía sonar a drama, se convierte en una hermosísima historis de amor, de pasión y misterio que hace que la obra narrada se convierta en un misterioso imán capaz de retenerte al lector o lectora entre sus páginas, siendo muy difícil que una vez que se abre la primera pagina poder cerrarla si antes no se llega al final del libro: “Y después, ¿Qué?”