En la plaza de Santa Catalina, la que en otros tiempos acogió el edificio emblemático del Contraste de la Seda, lamentablemente desaparecido, se encuentra un templo de culto al vino blanco, la rubia cerveza y las golosinas de la mar, es decir los buenos pescados a la plancha y el exquisito, deseado, fresco, sabroso y sublime marisco.
Luce en el rótulo el nombre de “El Pulpito”, que no púlpito, aunque no hubiera estado mal que allí se instalara tan místico pedestal para que Juanico, su propietario dirigiera el trajín de comandas y de camareros que por allí se mueven con agilidad pasmosa, portando bandejas cargadas de vasos colmados de espuma y de platos con aromas que resucitarían a un muerto.
El establecimiento citado goza del ambiente clásico de las buenas cervecerías, de ruido y de vocerío que llega desde la barra y desde la terraza en la que se agolpa la clientela contribuyendo al espectáculo diario de vida que hacen que las plazas de Las Flores y de Santa Catalina se hayan convertido en enclave neurálgico del encuentro a la hora del aperitivo y del tapeo en la ciudad.
El personal gusta de salir, charlar y pelar en una playa sin mar, que con el final de agosto va adquiriendo su ritmo habitual de bullicio con quienes finalizadas las vacaciones tratan de refrescarse y dar cuenta de un vistoso plato de langostinos o una buena marinera.
Si Juan hubiera tenido la posibilidad de agarrar por los tentáculos al afamado pulpo “Paul” que averiguaba los resultados del mundial de fútbol en Sudáfrica, su fama no hubiese tenido lugar, ya que le hubiera dado remate introduciéndolo en la perola y así saciar a los exquisitos que se acercan al rincón de Santa Catalina buscando las galguerías que ofrece quien nos ocupa.
Si uno se fija, por la zona aún se mueven en forma de espíritus fantasmagóricos parroquianos de la popular plaza, aquellos que en otros días se movían de bar en bar haciendo gastronómicas estaciones que se iniciaban en La Tapa y llegaban hasta las calle de las Mulas, por allí aún se siente la presencia de don Mariano González Guzmán, del letrado Juan Santiago García Parra o del polifacético don Pedro Bautista Bautista entre otros muchos, que se fueron de este mundo sin querer irse, sobre todo por abandonar la plaza de las Flores de sus amores. Ellos contribuyeron sin saberlo al auge y a la popularidad de la zona, la misma que cantaba en excelsas glosas Juan García Abellán en su “Murcia entre bocado y trago” o que describe Pepe García Martínez en la biblia del beber que ilustró Manolo Muñoz Barberán en el libro “Tabernas de Murcia”.
Venido a más, El Pulpito, rompe y rasga con su flamante y privilegiado local en La Manga, en el Puerto Tomás Maestre, faro que alumbra con sus exquisiteces a veraneantes deseosos de cerveza y de manjares que desde el agua saltan a la mesa sin escarceos para deleite de los mejores comensales.
Miguel López-Guzmán
Periodista, escritor y pintor