No me digáis que este puesto no tiene un encanto especial. Su sencilla estructura metálica, sus tableros de aglomerado y los ladrillos que soportan estos, su lona, su banderica de España cubriendo por delante el mostrador, sus bombillas colgando…
Por no hablar de su sabrosa y colorida oferta: figuritas del Santo con su colgante de hilos de colores, rollicos de San Blas, manzanas de caramelo, rojos caramelos, gusanitos, cascaruja, y hasta caretas de plástico no hace demasiados años.
Una forma de ganarse la vida en clara vía de extinción, como así me relataban esta misma semana. De hecho, este año, solo se ha instalado este puesto en toda la plaza (y gracias).
¿Hasta cuando los seguiremos viendo? No lo sé.
Evidentemente, no creo que el negocio sea muy lucrativo, ni tampoco que las nuevas generaciones estén por la labor de montar el tenderete y pasarse todo el día tras el mostrador, a la intemperie. Por no hablar de los clientes, que cada vez compran menos en ellos, dado que la gran mayoría de productos ya se pueden comprar en otros sitios. Y ya sabemos que lo que no es rentable, termina desapareciendo; da igual lo bonico y entrañable que nos parezca.
Una lástima, pues estos puestos, para los que ya tenemos una edad, eran un lugar especial, un rico panal donde arrimarse y donde siempre nos compraban algo.
Para mí, un elemento indispensable, y que nunca debería desaparecer de las fiestas del murciano barrio de Santa Eulalia.
Juan Antonio Fernández Labaña
Licenciado en Bellas artes con la especialidad en conservación y restauración de bienes culturales, máster en Restauración del Patrimonio Histórico, y actual doctorando en el área de Arte y Humanidades de la Universidad de Murcia.
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