Desde 2017, la Asociación Histórico-Cultural “Batalla del Huerto de las Bombas” promueve el recuerdo y la conmemoración de las dos batallas acaecidas, con cinco días de diferencia, en el actual barrio de Santa María de Gracia de nuestra ciudad de Murcia y otra habida en el lugar de la Contraparada entre agosto y septiembre del año 1706, en el marco de la Guerra de Sucesión española. Las actividades que hemos impulsado a lo largo de estos años han consistido en actos de homenaje, recreación de la batalla principal, desfiles militares históricos, exposiciones y charlas divulgativas; todo lo cual puede conocerse en la página web creada al efecto, www.batallahuertodelasbombas.es. Entre ellas queremos destacar, a petición de los editores de este medio, la iniciativa del pastel de carne “edición 1706” emprendida en colaboración con el tradicional y célebre obrador “Bonache”.
¿Qué es un pastel de carne “edición 1706”? Basándonos en las disposiciones de las Ordenanzas de Carlos II de 1695 para el correcto proceder en los oficios de la ciudad de Murcia, se relacionaban los ingredientes para su elaboración, que se diferencian sutilmente de la receta hoy al uso. Así, por ejemplo, con similar base se incluía ralladura de limón, jengibre y agraz; elementos que sabíamos que podrían suponer una ligera diferencia con los sabores acostumbrados, suavizando la determinante presencia del chorizo en su degustación. De esta manera, Carlos y Celia Balanza nos brindaron la posibilidad de recuperar un sabor de –como mínimo- hace trescientos años, pues es muy probable que las disposiciones carolinas serían un traslado de ordenanzas anteriores.
Ante tal manjar, obradores e investigadores de nuestra historia coincidimos en que nos hallábamos ante un alimento de notable antigüedad, preparado para el servicio a individuos que debía acarrear alimentos elaborados a su trabajo, como si de una comida rápida actual se tratara. Nada extraño en una sociedad preindustrial eminentemente artesana y huertana, que empleaba su casi todo su tiempo en su lugar de trabajo, y que debía elaborar platos con los ingredientes que las estaciones y las circunstancias ponían a su disposición.
En efecto, si hablamos de la gastronomía en 1706 –esto es, en época anterior a la Revolución Industrial y el Estado liberal- es imposible no tener presente los condicionantes materiales, geográficos y estacionales en la producción de alimentos. Por ejemplo, la alimentación estaba fuertemente condicionada por su productividad, almacenaje y transporte. Es por ello que, salvo los alimentos importados, que solían ser caros y, por tanto, destinados al estamento nobiliario, la mayoría de los productos procedían y se consumían en las propias regiones productoras. De este modo, según el tipo de producción, cada región desarrolló una gastronomía propia que hoy es tan característica. Además, se añadía a aquel factor que la mayoría de la población pertenecía fundamentalmente al estamento campesino y artesano. En este contexto, la producción de alimentos estaba supeditada a la estacionalidad de la recolección, el tratamiento de carnes, etc., siendo los meses de verano, pasado San Juan, fecha en que se rendían censos e impuestos, cuando quedaban esos colectivos más liberados de trabajo, y disponían de una despensa preparada para afrontar el otoño e invierno.
Precisamente esos factores son los que regían la sociedad murciana, a sus atacantes y defensores en las batallas del Huerto de las Bombas. Entre las escasas fuerzas profesionales, los ejércitos estaban dotados de levas provenientes del citado estamento productor, y, encontraran, entre la mitad del verano y el principio del invierno, las fechas más propicias para movilizarse y combatir. Llegado el invierno, como ocurría desde la época de César, los ejércitos hibernaban e incluso se desmovilizaban en su proporción campesina para regresar a sus campos. En la Guerra de Sucesión Española (1701-1715) observamos precisamente ese factor: las grandes batallas como Blemheim o Malplaquet se produjeron entre verano y otoño, cuando los campesinos y artesanos podían dejar sus oficios y luchar por su rey.
Esos ejércitos en campaña tenían la particularidad de acarrear sus víveres, con los que solían partir de una base. Pero llegado un momento, esos víveres se consumían, y, al carecer de los modernos sistemas de transportes que siglos más tarde propició la maquinización, debían ser suministrados nuevos víveres. Ahí entran las requisas producidas en campaña –como por ejemplo la efectuada en Molina de Segura el día después de la Primera Batalla del Huerto de las Bombas- que producían una gastronomía muy específica como por ejemplo el guiso o platillo de la Batalla de Almansa; contundente plato a base de todo un poco que fue relacionado por la escritora gallega Emilia Pardo Bazán en su libro La cocina española antigua (1913). Por lo demás, otros productos hoy tan básicos como el agua, al no poder servirse envasada, debía estar sometida a “depuración” previa mediante cualquier acidificador disponible como el vinagre o el propio vino.
La vida en las sociedades preindustriales era muy dura, pero como atestigua la existencia del pastel de carne “edición 1706” podía estar provista de sofisticación y buen gusto.
Antonio Vicente Frey Sánchez
Arqueólogo, docente e investigador
Licenciado en Filosofía y Letras en su especialidad de Historia Medieval por la Universidad de Murcia. Es doctor en Arqueología e Historia Antigua desde 2003. Se especializó en Historia de la Edad Media en el Mediterráneo Occidental. En la actualidad es doctorando en Antropología.
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