A tiro de piedra de la septembrina Feria murciana, los jínjoles ya pintan madurez en el árbol.
Habrá quien piense que estoy deseando que acabe agosto y con él las vacaciones. No se equivoca el lector. Prefiero el invierno con bufanda al despelote estival y sus sudores tradicionales, con o sin corbata. Está claro que en verano, desde siempre, ha hecho calor y en invierno más o menos frío por estas tierras .
Dicen los más agoreros y creo que llevan razón -A la vista están los éxitos alcanzados por este psicodélico gobierno en cualquier materia- que el otoño se adivina oscuro. Las eléctricas nos comen e incluso hay quién asegura que son las responsables del vaciado de los pantanos. Lo cierto es que el recibo de la luz nos saquea y da al traste con sueldos y pensiones. Dicen de apagar escaparates, subir los grados del aire acondicionado, quitarnos la corbata y algunas otras ocurrencias peregrinas…
Los que pintamos canas sabemos de estas cosas aunque nos pillaran de rebote, sobre todo cuando las tarjetas de crédito retornan fritas a la rutina en plena depresión post vacacional. La cesta de la compra nos lleva a mirar el céntimo y aún así nos clavan en lo más básico.
Recuerdo con nostalgia y como capricho y espero que lo siga siendo, y no como obligación ante la hambruna, el delicioso sabor dulzón de los boniatos asados, aquel aroma que impregnaba los hogares en parcas cenas de un boniato por cabeza, con azúcar o sin ella; con cucharilla, al calor del humilde brasero en la mesa de camilla.
Aquellos boniatos que desprendían su almíbar y que nos hacía lamer su dulce piel cuando no su ingesta.
Habrá que apretarse los machos, poner a cada cual en su sitio y esperar una buena cosecha de los modestos, dulces y otoñales boniatos.
Miguel López-Guzmán
Periodista, escritor y pintor