Una plaga acaecida hará un par de décadas dio al traste con numerosas chumberas y como daño colateral, con sus hermanas las tapeneras que también se vieron mermadas. Tallos, alcaparras y caparrones precisan macerar para obtener todo su sabor, por el contrario el higo chumbo, el higo de pala es un delicioso bocado en su estado natural. Paleras y tapeneras nacen en ribazos y secarrales dando color a montes y senderos con sus verdes; el blanco esplendoroso y el amarillo de sus flores.
El higo de pala requiere de un protocolo, de todo un rito que sólo se da en los días de verano, días para recordar a lo largo de toda una vida. Coger higos chumbos exige saltar de la cama con las primeras luces del día, caminar hasta las paleras allá dónde se encuentren. Ir provisto de cubo y tenazas, acercarse lo justo a la planta para evitar alguna pincha inoportuna. Jamás se deben coger los higos con sol y mucho menos en el sestero, pues siempre se ha dicho que sus pinchas vuelan a esas horas del día.
Extendidos los higos en el suelo se les debe pasar una escoba o como mínimo lavarlos para quitar sus desagradables pinchas. El higo recibirá tres cortes, uno en su base en horizontal, otro idéntico en su corona y uno vertical. Se retira la piel y a la fuente. Cuánto más fríos mejor. Inmejorable desayuno y como postre. Enteros y dulces como el almíbar en agosto.
Su ingesta excesiva provoca desagradables atranques y sus pequeñas pinchas son enormemente fastidiosas que exigirán armarse de paciencia para poder desprenderse de ellas.
Un delicioso fruto mediterráneo que permanecerá en la memoria de los más pequeños de la casa por el ritual de su pelado, una galguería de ayer y de hoy que exige de la pequeña excursión familiar para conseguirlos.
Miguel López-Guzmán
Periodista, escritor y pintor
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