Por aquellos días de mi infancia, por estas fechas del almanaque, gustaba de cenar boniatos al horno, recién cogidos del bancal; sus aromas, junto al de la hogareña coliflor, coincidían con la llegada del lechero y la manida frase maternal: «Cada día más agua que leche», justo cuando la cetra dispensaba «la chorrá» de gracia que compensaba la desconfianza ante la leche aguada.
Ropa vieja para la cena, el huevo pasado por agua y de entrada la inevitable sopa de letras, aquel medio de comunicación casero que ya contaba con la falta de libertad de expresión cuando en el borde del plato puse el nombre del profesor de matemáticas y un sentido «cabrón», lo que supuso una represión brutal por parte de la autoridad competente, que armada de «alpargate» de franela azotó mi «pompis», significando entonces una de mis primeras revueltas contra el orden represor establecido.
Eso sí, el boniato me lo comí tan caliente como mi culo.
Miguel López-Guzmán
Periodista, escritor y pintor
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