Como suele pasar en momentos de hambre, pero de hambre que espera hartar, y se alarga la visita a la feria por aquello de: ¡Abuelito dos vuelta en el Tren de la Bruja, dos en la noria y otra más en los coches de choque y no vamos! Y el hambre apretando. O apretando el horario de la cena sin visos de recuperación; lo cierto fue que en momentos tan delicados de avidez, o sea, de gazuza pura y dura, cuando cualquier olorcilla nacida en plancha o brasa ajena te hace deglutir saliva a destajo, no sueles mirar la fuente de la lujuria gastronómica, solo quieres llegar al origen, a la madre del cordero, y te limitas a ventear la tarde como lo harían los podencos en pos del rastro de la liebre, y cuando por fin descubre la génesis de las emanaciones gloriosas, aunque por aglomeración y precaria higiene dejes vagar tus miedos por el lugar al ser territorio sospechoso, o primo hermano del hábitat de ese bicho que nos ha venido tocando las narices los últimos dos años y pico…
Es que ya saben ustedes, el miedo es libre y cada uno coge el que quiere; lo cierto fue que, ya digo, cuando la brisa de las primeras luces de la noche arrastraban hasta mis pituitarias un olorcillo agradable, algo chamuscado, pero de entrañables recuerdos, se me erizaron hasta los pelos del bigote. La clásica olor a mazorcas de maíz a la brasa, panochas de panizo que dirían en lugares más al noroeste de la Comunidad murciana, esparcían su aroma directamente hacia lo más hondo de mis recuerdos y hambre.
Cómo han cambiado los tiempos. Las panochas, compradas en el mercado de la calle o cogidas a toda prisa al amparo de la luna, en tiempo de penuria quitaron mucha necesidad, y ahora, cuando los parámetros bioquímicos de algunos están con ganas de dispararse de un día a otro. Séase: colesterol, azúcar en la sangre, tensión, y para qué seguir, resulta que se convierten a una rara exquisitez precisamente por eso, porque al ser comida de “pobres” ya ni en los mercados callejeros los ponen, y si las encuentras en las grandes superficies saben a todo menos a panizo. Lo cierto fue que si me descuido, mi tropilla de nietos no me rascar bola con las panochas de la feria. Y porque no la conocían. Bueno, ni mis nietos conocían el producto ni muchos españoles y españolas, ya que piensan que el maíz solo se consume en ensaladas, cuando en realidad su aplicación puede ser variadísima, y en algunos casos, hasta primorosa. Dejando aparte que en los cines de todo el mundo se consumen las palomitas de maíz casi en obligado cumplimiento, el maíz frito, en forma de tostones o quicos, salados o dulzones, también tiene reconocida presencia a la hora del aperitivo de muchos hogares.
Pero como el muestrario de la elaboración del panizo, o maíz, es variado, solo vamos hacer mención a la preparación de una buena panocha de maíz a la plancha o brasa. En esta sencilla forma de elaborar la panocha-mazorca, cuanto más tiernas sean, mejor.
La ración suele ser una panocha por comensal
Antes de ponerla a la plancha o brasas se le echan a todo el alrededor, para que se incrusten entre su granos, un buen chorreón de aceite de oliva, en su carencia puede ser sustituida por un poquito de mantequilla, a continuación se salpimienta generosamente, redondeando la faena con un poco de pimentón dulce. Unos veinte minutos en la plancha o brasa pueden valer, eso sí, teniendo la precaución de darle vuelta cada poco para que toda la pieza pueda ser acariciada por la fuente de calor y ningún grano se tueste más de la cuenta.
Antes de servirla, una vez asada es conveniente envolverlas en su propia perfolla verde durante unos minutos para que las especias lleguen hasta el corazón mismo de la mazorca. Si se carece de farfollas puede valer el papel de aluminio.
Que aproveche.
Pascual Fernández Espín
Escritor y tertuliano político en radio y televisión
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