Por Miguel López-Guzmán
Las jacarandas ya se desprenden de sus hojas verdes para estrenar su azul en mayo. Los almendros en flor, buganvillas y fresillas anuncian la primavera. Los árboles muestran sus yemas y se pueblan de nidos de gorriones y “merlas” que pían al amanecer. El zureo de los pichones en las palmeras se deja sentir, hartos de la ruidosa vida urbana, buscando la placidez de un remanso serrano.
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Es ahora cuando El Verdolay comienza a vestirse de primavera, la que lo convierte en un lugar inigualable. Paraje que antaño supuso por su clima y especies arbóreas balsámicas, un remedio para las enfermedades pulmonares desde finales del XIX. Virtudes del paisaje que ha convertido a La Alberca y su Verdolay en residencia estable para muchas familias murcianas; la cercanía de la urbe, la naturaleza y la vida relajada son un atractivo que ayuda a disfrutar de la vida como en pocos lugares, teniendo a Murcia y su vega a la vista.
Un pueblo donde los vecinos se saludan con un ¡buenos días! al cruzarse en las mañanas madrugadoras. Caminos y sendas del monte que se pueblan de deportistas de domingo: ciclistas, andarines, senderistas dan vida al silencio del monte. La gastronomía alberqueña ofrece sus excelsos y solicitados platos en “El Asador” de la plaza del Casino, inmejorables su pulpo al horno sus mariscos y sus patas de cabrito, local que se ve a diario repleto de comensales.
Una pedanía donde el comercio tradicional atiende a sus clientes por su nombre y apellido. Generaciones nuevas ancladas en raíces mercantiles de otros tiempos, que ejercen su labor de forma magistral, e incluso sentando cátedra en los nuevos gustos de forma sencilla y precisa, que halagan, a priori, el paladar de la parroquia.
Caso especial es el “Supermercado Gálvez” en la calle Jara Carrillo, una tienda nueva, fundada en 2008, que conserva las formas de venta de siempre, en la que no falta la tertulia y el comentario a las noticias del día, donde su propietario, el joven José Gálvez, sabe mostrar su amplia bodega y conocimientos, haciendo de guía para los caldos que han de acompañar al plato de cada día. Afirma Gálvez que las reglas primordiales para ordenar los vinos en un menú normal son las siguientes: el vino blanco seco precede a los otros vinos.
El vino tinto, precede al vino blanco, dulce o licoroso. Si se sirven varios vinos blancos secos, el más ligero ha de adelantar al más generoso, el más joven al de más edad, el de menos clase, al de más clase, e igual si son vinos tintos: la juventud va por delante. Indica Gálvez los platos en los que no se debe de beber ningún vino; sirvan de ejemplo, los entremeses y ensaladas con vinagre, el gazpacho andaluz, quesos a la crema o los postres de chocolate.
Unas costillas de cordero, la paella, unas lentejas, armonizan muy bien con Burdeos jóvenes, claretes y tintos de Rioja y Murcia. Los vinos tintos de cuerpo, como Vega Sicilia, Cariñena o Priorato son aconsejables para platos de caza y quesos fuertes y fermentados.
Los vinos blancos secos y ligeros como los Albariños, Moriles, o Burdeos Graves servidos a 10º, van muy bien con las ostras, langostinos a la plancha, quisquillas, cigalas o gambas. Los blancos secos de Borgoña, Rioja, Valdepeñas y Penedés son ideales para acompañar los calamares, pescados fritos; jamón o tortillas. Los vinos dulces son aconsejables al final de la comida para acompañar patés y postres sin chocolate. El vino rosado puede usarse como vino único porque “sirve para todo tipo de platos”, cuando lo cierto es que no sirve para casi nada. Termina su disertación José Gálvez con una cita de Julio Camba: “El champagne es el vino francés por excelencia. Alegre, petulante, ruidoso, escandaloso, mujeriego y fanfarrón…”
Así es La Alberca y la tienda de Pepe Gálvez, en un día cualquiera, cuando entré a comprar una botella de gaseosa “La Casera” y salí con tres botellas de vino de pata negra.
Miguel López-Guzmán
Periodista y escritor